El inicio de este año escolar no escapa a la realidad que marcó los anteriores; deficiencia de aulas, deterioro progresivo en el plantel, acceso bloqueado, uniformes viejos y, por si fuera poco, también faltan maestros.
El preámbulo explica lo que, como en otros puntos, impidió el inicio de docencia en la Escuela República Dominicana, en el Distrito Nacional, sometida a un proceso de reparación que no ha concluido supuestamente por dilación en el desembolso de los recursos económicos.
El personal docente y administrativo aún desconoce la fecha en que se estarían iniciando las clases, porque tampoco se sabe cuándo entregarían los ingenieros la escuela, que tiene una matrícula superior a los mil 200 estudiantes.
Otro botón de muestra, en Santo Domingo, está ubicado en Los Alcarrizos, específicamente en el sector Paraíso, donde el deseo y entusiasmo que genera entre padres y niños un primer día de clase, quedaron ahogados en el fango, mismo fango que inundó las promesas del alcalde Junior Santo, de arreglar las calles sobre las que hoy camina el futuro del pueblo votante, con los zapatos en las manos.
La situación en el Liceo Profesora Luisa de Los Santos, aunque no completa la hilera, es un botón importante, partiendo de que fue inaugurado en julio del 2015 y ya presenta deficiencias que parecerían de antaño.
En este centro, en El Café de Herrera, el número de maestros no es suficiente para la matrícula de 900 estudiantes inscritos, aun sin uniformes, ni libros de texto, pero tampoco hay butacas para todos.
Así se dio inicio a un año escolar, amenazado además por los advertidos enfrentamientos que desde ya se evidencian entre el gremio que agrupa a los maestros y, el Ministerio que ahora dirige Antonio Peña Mirabal.
Siempre escuché a mi abuela sureña decir que “el sábado se sabe cuando el domingo va a ser bueno”.
Sin aulas, maestros ni butacas, pero tampoco con libros y exhibiendo viejos uniformes, no se puede promover una “Revolución Educativa” que en siete años no ha alcanzado para todos los que aspiran, primero a una comunidad asfaltada, para poder dar luego la bienvenida a la “República Digital” sin la necesidad de meterse en el fango, como toca a los niños de El Paraíso, en Los Alcarrizos.