En tiempos de campañas electorales un error muy recurrente por parte de los diversos postulados a cargos congresuales, municipales y presidenciales, son las acciones de publicidad tradicional. Esas son aquellas que sólo se limitan a dar a conocer al candidato en cuestión respaldadas por un trasfondo básico y simple.
Otras campañas, la mayoría en este caso, tienen en común un discurso y concepto de demagogia desgastada, con planteamientos elementales que sólo lucen “bonitos”, pero que en realidad están huecos y sin razonamientos lógicos que indiquen cómo se puede obtener lo alegremente prometido.
También hay campañas electorales que abordan temas puntuales, sobre problemáticas sociales que otros no han podido solucionar por diversas razones, pero con una visión y exposición tan pobre, que se evidencia una real preparación, inconsistencia y enfoque. La percepción inmediata, es la de que ese candidato seguirá con la línea errática e incompetente de actuales o pasadas autoridades.
A casi 20 años del siglo XXI, la mayoría de la clase política dominicana – y regional – sigue pensando que la ciudadanía está compuesta por ignorantes que se conforma con promesas y hechos que suplan necesidades del momento. Una inmediatez que no está respaldada por un consistente plan de acciones que garanticen beneficios diversos a largo plazo.
Esa errada percepción es la que sigue manteniendo activo el clientelismo político, la humillante política de entrega de “fundas” o “cajas” en actividades proselitistas (reducidas canastas con alimentos), y de entre muchas cosas negativas más, lo que conocemos coloquialmente como los “RD$500 y el picapollo” (efectivo y alimento entregados a personas para asegurar multitudes en marchas y mítines políticos).
Los jóvenes formados en las últimas décadas, en su mayoría observan a distancia el panorama pintoresco de la política dominicana. Tienen que convivir con todo ese inevitable entorno, pero no comparten, ni se involucran en ese afán de muchos a ser sometidos a los caprichos de los políticos y de las autoridades gubernamentales que buscan justificar sus fallas.
Esos jóvenes de la actualidad o nuevos adultos tienen una manera de pensar muy diferente a las de sus padres o tutores. Tienen una perspectiva más objetiva e integral de lo que debe ser la sociedad, con genuinas preocupaciones y rango de preparación muy diferentes a los que predominaban años atrás.
La mayoría de los políticos creen que una manera de captar la atención de estos jóvenes es subiéndose a la onda del lenguaje coloquial y el universo de las redes sociales, sin siquiera dominar plenamente el concepto real de lo que se trata. No se trata crear cuentas, de lograr gran cantidad de likes y seguidores (pre-fabricados en su mayoría), de trasladar spots a las redes sociales, de elaborar acciones sistemáticas para que se vea en pocas semanas o meses un acercamiento del que nunca se mostró interés.
Se trata de ser natural, con genuinas acciones y planteamientos que se identifiquen con las necesidades o intereses de ese sector. Esos nuevos adultos identifican instantáneamente cuándo esos políticos son sinceros y cuándo quieren utilizarlos solamente para sus fines inmediatos.
No todos los políticos tienen la capacidad que en su momento tuvo el ex-presidente de Estados Unidos Barack Obama, quien escudado por un equipo de jóvenes expertos y profesionales crearon una plataforma social sólida y confiable. Este equipo supo desde un inicio lo que era el empleo correcto de las redes sociales, cuyos algoritmos ascendentes provenían de interacciones reales con diversos sectores jóvenes a todo lo ancho de Norteamérica. Eran intensos chats, conversaciones, paneles y planes concretos que convencieron a una mayoría del electorado joven, los que vieron cómo sus inquietudes fueron correctamente canalizadas, con propuestas más concretas que promesas.
Los políticos de la actualidad deben ser más pragmáticos, con ejecutorias que hablen por sí solas de sus hechos. Con esta sola manera de actuar, se ahorrarían miles de millones de pesos destinados al despilfarro en las campañas políticas. El lenguaje visual de vallas, afiches y demás impresos se reducirían a su máxima expresión, así como las constantes producciones y renovaciones de audiovisuales (sin mencionar las molestas bocinas móviles que a todo volumen populan en diferentes barrios, entre otros recursos más perjudiciales que beneficiosos).
En la actualidad al ciudadano común no le gusta las imposiciones, sentirse presionado a ver o escuchar algo constantemente en su quehacer diario. Tanta intensidad en una presencia se convierte en animadversión, al grado de que cualquier otra opción puede resultar mejor que la que se pretende imponer o mantener en la psiquis.
Todo ciudadano quiere tener un entorno seguro, acceso a buenos servicios de salud, alimentos a buenos precios, buena educación, trabajo asegurado y bien remunerado, garantías de inversión, buena asistencia social, y mucho más. Los políticos como parte de la sociedad también saben sobre todas estas necesidades, pero promesas de soluciones son muy diferentes a planes de ejecución. Todos prometen, pero no todos saben cómo cumplir.
No soy un experto en el área político-social, pero como ciudadano defraudado y maltratado continuamente por indolentes autoridades y sectores políticos, creo estar en lo correcto. ¿O no es así?.