Sin lugar a dudas el reflejo más palpable de la cultura de los dominicanos se evidencia en nuestra manera de conducir vehículos de motor, y por ende, en el tránsito vehicular. Esta es la manifestación más fehaciente de todo lo negativo: violencia, imprudencia y oportunismo.
Este es un mal que bien puede tipificarse como “problema de seguridad nacional”. Todo lo relacionado al problema del tránsito afecta la economía nacional, genera intranquilidad que termina en violencia físico-emocional, ocasiona altos índices de mortalidad, y de entre otras situaciones, afecta nuestra imagen internacional.
En múltiples ocasiones expertos y entendidos de diferentes áreas han sostenido que todo el problema vehicular se debe mayormente a la falta de educación ciudadana y a una correcta acción por parte de las autoridades competentes. Ciertamente hay personas al volante que desconocen las leyes o normas más elementales al conducir, como también esas mismas personas, al margen de su ignorancia, procuran instruirse y actuar lo más correctamente posible cuando conduce un vehículo fuera de la República Dominicana.
Hay que reconocer que las diferentes instituciones que tienen que ver con el tránsito vehicular del país, con el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (INTRANT) a la cabeza, han estado haciendo grandes esfuerzos por contrarrestar el problema. Han regulado leyes, se han involucrado en proyectos, han actualizado manuales para conductores, han desarrollado acciones que van desde mayor capacitación, hasta activas presencias en medios de comunicación, todo eso y más con el mismo denominador común: resolver el desorden del tránsito en el país.
Pese al esfuerzo del INTRANT y asociados, el problema del tránsito vehicular persiste. Apenas un reducido entorno del casco urbano del polígono central mantiene cierto civismo en materia de tránsito, sobre todo las partes más exclusivas y visibles. Estos reflejos de avances debe manifestarse en el Gran Santo Domingo y el resto del país, no limitándose sólo a zonas que muestran mejor comportamiento que sectores populares menos agraciados con la atención de las autoridades.
Con la insistencia en el uso del cinturón de seguridad y casco protector en el caso de los motociclistas (aún pendientes de crear mayor conciencia), se demuestra que todos tenemos la capacidad de cambiar nuestra conducta al conducir. Por más “amañado” que esté un ciudadano, siempre hay márgenes de cambio a fuerza de insistencia, ya sea a manera de prevención o de amonestación por parte de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (DIGESETT).
Esa insistencia de las autoridades debe ser más activa y extensiva a otras instituciones públicas y privadas. Escuelas y universidades deben recibir – cuan si se tratara de una materia más – la educación vial, ya que de esa manera desde temprana edad se educan en ese sentido y se desarrolla una conciencia preocupada por el tema. En ese mismo orden, las empresas privadas deben contribuir de alguna manera en este tema, ya que ellas, al igual que todos, somos los grandes beneficiados con el orden en materia de tránsito.
Para todo lo antes expuesto, las autoridades deben saber mirar más allá de lo inmediato. Ser reales visionarios y anteponerse a intereses políticos o personales. Una noble acción o idea en este sentido no puede contaminarse con alguna percepción errada o de oportunismo colateral. Un bien común debe pesar más que el individualismo.
Con un esquema organizado, todo el acontecer nacional puede llevarse a cabo sin mayores traumas. Cuando hay planificación todo es posible, sin necesidad de que la ciudadanía sea un afectado colateral de eventos aislados. Por ejemplo, semanas atrás INFOTEP hizo un acto en el Centro Olímpico Félix Sánchez, donde se graduaron 40 mil estudiantes de todo el territorio nacional (diversidad de autobuses y otros vehículos privados llegaron al referido lugar desde distintos puntos del país). Lógicamente un evento multitudinario de esta naturaleza, realizado de manera prolongada un día de semana en horas de la tarde, en una zona de por sí siempre congestionada, generó un caos que se extendió más allá de todo el entorno del Centro Olímpico.
El ejemplo indicado previamente, es sólo un ápice de lo que acontece diariamente en el país, mayormente en la cada vez más congestionada ciudad de Santo Domingo. Falta de planificación, comunicación y educación de los conductores, convergen negativamente en situaciones como estas sin que se registren precedentes correctivos para futuras situaciones.
Ciertamente el subdesarrollo siempre existirá en la medida en que nos preocupemos por cambiarlo. Todos debemos predicar con el ejemplo y hacer lo que nos corresponde dentro de lo correcto, ya que la mala acción de uno solo altera el orden de todo.