Cuando algún día podamos tirar la mascarilla y con manos limpias saludarnos con un beso, entonces podríamos no solo mostrar nuestra mejor sonrisa y dar un apretón de manos a nuestro semejante…también vamos a valorar lo que hasta antes de la pandemia nos era insignificante o quizás indiferente.
Y es que, como ya he escuchado decir a miles, el mundo cambió y por ende, nos cambió la vida.
Este cambio, provocado por un microscópico, pero agresivo enemigo, ha sido drástico, tanto que sin cometer delito alguno, nos ha encerrado entre cuatro paredes y un techo, con la limitada posibilidad de manejarnos entre casa y trabajo, amordazados por obligación y atados de manos para no atentar contra nosotros, ni contra los nuestros.
Almorzar o tomar un café para compartir con un pariente o amigo sobre temas de rutina o de negocios, va quedando en el pasado, al igual que hacer vida nocturna en los lugares orientados para ello.
Pero aún más. Estamos cohibidos de velar como es debido a nuestros seres y, menos solidarizarnos en persona con amigos o compañeros de trabajo que han perdido a los suyos.
De todos estos y otros tantos cambios se ha encargado el Covid-19, una nueva cepa de coronavirus que brotó en Wuhan- China y que raudo y veloz traspasó fronteras, cerrando aulas e irrumpiendo la cotidianidad en el mundo, en unos países más que en otros, pero en fin, provocando muertes, frenando tránsito por aire, tierra y mar.
En síntesis, ese enemigo microscópico, que no de buena forma se ha dado a conocer de manera global, lo ha cambiado todo, pero ha convocado a dar el verdadero valor a la vida.
“Cuán importante era sentirnos cerca y demostrarnos el amor…Si, estamos aislados, pero al mismo tiempo estamos unidos”, reflexiona José Luis Rodríguez “El Puma”, en un escrito a propósito del tema.
Y es que, la pandemia que ha sepultado tradiciones y costumbres nos ha obligado a dejar de pensar en nosotros mimos, para pensar en el bien común.