Conservo en mis archivos de reportero el carnet del Gobierno Cubano con fecha del 7 de abril del 2008 que me permitía recorrer las calles de la Habana, en compañía del camarógrafo Roger Suriel, tomando las impresiones de la nueva Cuba que se presumía debía nacer con el retiro del gobierno por razones de salud del comandante Fidel Castro, lo que le posibilitó a su hermano menor, Raúl Castro, asumir la presidencia de la República en la patria del poeta y mártir independentista José Martí.
El encuentro cálido con el cubano auténtico, ese que no sale en las publicaciones ideológicas interesadas, nos permitió entender las palabras del fenecido papa Juan Pablo Segundo cuando exigió, en su visita a Cuba en 1998, “que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”.
Como es de rigor en una sociedad cerrada y estrictamente vigilada, el carnet establece el domicilio del portador durante su estadía en la isla, Hotel Meliá Habana, y el medio de comunicación de entonces, Noticias SIN, específicamente del programa de investigación El Informe con Alicia Ortega.
Mis argumentos para convencer a Fernando Hasbún, presidente del Grupo SIN, de la pertinencia del viaje, que luego dio como resultado un amplio reportaje sobre la Cuba de Raúl Castro, fue que el retiro del comandante Fidel iniciaría el proceso reclamado por el papa que auspició, en la postrimerías del bloque socialista del Este europeo, un programa que cautivó la televisión mundial con el lema “dejad que Polonia sea Polonia”, precisamente la patria del sumo pontífice.
“El portador ha cumplido los requisitos legales para realizar su trabajo periodístico en Cuba. Solicitamos a las entidades competentes que brinden su cooperación para el desarrollo de su labor. El portador no está autorizado para trabajos periodísticos en aquellas áreas que requieran permisos especiales. Este carnet debe ser devuelto al Centro de Prensa Internacional al abandonar su portador definitivamente el territorio nacional”, dice al dorso el documento.
Lo cierto es que recorrimos La Habana, desde la Plaza de la Revolución, donde nos detuvo la Policía para preguntarnos con qué derecho tomábamos imágenes de la colosal efigie del Che Guevara, hasta las catedrales, el barrio El Vedado, la avenida Miramar, La Quinta Avenida de las Embajadas, el palacio de los gobernadores, La Bodeguita del Medio, el Bar Floridita, donde está la escultura de Ernest Hemingway, y todos los negocios de diversión del malecón habanero, avenida Miramar.
Desde esos días calurosos del 2008, entre los cubanos de la calle se percibía ese deseo de ver a Cuba diferente a la “oveja negra” de las Antillas, por más que se la quiera presentar como una isla liberada del capitalismo.
Era la impresión que nos externaban los taxistas, los camareros y las “jineteras”, aunque los amigos nos decían que no nos confiáramos, que todos eran agentes secretos del gobierno cubano, que podrían delatarnos y conducirnos a la cárcel por espiar al servicio del imperialismo yanqui.
Independientemente de que la situación de extrema precariedad en que viven los cubanos, solo comparable con la de Haití y ahora Venezuela, sea producto del bloqueo norteamericano o no, ese pueblo no merece padecer esas penurias en la tercera década del siglo XXI.
Trece años después, con Fidel muerto y Raúl retirado, vemos por los medios las calles cubanas llenas de ciudadanos, especialmente jóvenes, pidiendo lo que el papa Juan Pablo Segundo reclamó en 1998, una década después de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), sostén económico por mucho tiempo de la revolución cubana.
Las protestas cubanas han coincidido con problemas populares en Haití, por el asesinato de su presidente, Jovenel Moise, en proceso de investigación, conflictos en Perú por los resultados de las elecciones, apenas unos días fue tiroteado el helicóptero del presidente Duke, en Colombia, cuestionamientos al presidente venezolano Nicolás Mauduro y el despotismo manifiesto de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua.
Haití sigue pagando caro el haber sido la primera colonia de esclavos que se convirtió en República independiente, mientras a Cuba le ocurre algo parecido por ser la única nación del Caribe que ¨se liberó del capitalismo”.
Izquierdistas trasnochados que viven fuera de Cuba, en Estados Unidos, Europa y República Dominicana, quieren que los cubanos celebren orgullosos las conquistas de una revolución que, pese a conquistas innegables en el ámbito de la salud, los mantiene arruinados, hambrientos, harapientos y sin esperanzas.
Al cubano común, fue lo que observamos, no le importa el bloqueo que el gobierno invoca como culpable de sus desgracias. Ese ciudadano que ama el son y la guaracha lo mismo que la cerveza Hatuey, lo que quiere es pan y libertad, lo que el régimen le está negando.
Palenque, Siboney y Marianao fueron lugares donde conocimos cubanos y cubanas que no tenían más deseos que vivir en libertad, sin la opresión en que se encuentran, con el único pretexto de que el bloqueo norteamericano los mantiene en la pobreza.
Es pertinente que la comunidad sensata ofrezca su respaldo a los ciudadanos cubanos que exigen vivir en libertad, por lo menos en los marcos de este “capitalismo salvaje”.
Complicaciones del viaje, desperfectos mecánicos de los aviones y otros inconvenientes, obligaron a prolongar la estadía en la Habana, lo que nos llevó a conocer además del Meliá, los hoteles Metro e Internacional.
En estos momentos que Cuba sale a la calle y Haití entierra a su presidente, víctima de un asesinato que está por esclarecerse, es más que oportuno repetir la consigna del papa viajero: “que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”, pero sobre todo “dejar que Cuba sea Cuba”, como Polonia aquella vez, que es lo que realmente añora el hombre y la mujer en la patria de Martí, liberada por la espada del dominicano Máximo Gómez.