Los dominicanos en discusiones de patios y apartamentos, no necesitamos cumbres mundiales para resolver las crisis que arredran a la humanidad; en este punto del Caribe tropical se elaboran todas las teorías políticas y las tesis conspirativas que, nos traen desde las pandemias globales, hasta las guerras regionales.
En algún momento entre las décadas de los 80s y los 90s, la decencia de las opiniones informativas, empacó sus maletas y emigró del ámbito nacional. Desde entonces, vale más, y es más creíble la opinión de un jefe del crimen organizado, de un asesino a sueldo, de un asaltante de bancos, o de cualquiera fuera de la ley, que la opinión de los representantes de la ley misma.
Es verdad que muchos de los representantes de las instituciones encargadas de prevenir y perseguir el delito, son responsables de la degradación de estas instituciones, al ponerlas al servicio de sus intereses personales; pero, lo que decimos es que la sociedad dominicana, ha perdido la confianza de manera general en todos sus representantes legales.
Es una percepción general que puede ser combatida con las supuestas encuestas de opinión; que no decimos que no son hechas, pero son diseñadas para reflejar lo que los interesados quieren exponer y propagar.
Hoy, después de tantos años de leernos las cartas entre gitanos, hay realidades que nos golpean el rostro, y no sabemos por dónde comenzar a solucionarlas; por ejemplo, los gobiernos dominicanos se han planteado una reforma policial en más de una ocasión; pero, con la degradación social a que ha sido sometida la comunidad dominicana, ¿de donde vamos a sacar el material humano, para una institución policial diferente?
Ahora, vamos a ir al barrio a buscar a unos jóvenes sin oportunidades; porque los que tienen oportunidades de estudio, o de trabajo, o de ser pequeños emprendedores, no es verdad que se van a enganchar a un cuerpo policial; y les vamos a decir que todo lo que ellos vieron cuando crecieron en el barrio no se puede hacer hoy.
Mira muchacho, tú eres policía, eres el representante de la ley; y para hacer valer la ley, llevas un arma el cinto; no puedes, como los policías antecesores a ti, ir al punto de distribución de narcóticos a pedir una asignación semanal; no puedes, como viste muchas veces poner puntos de chequeo en el barrio, y pedirles peaje a los ciudadanos para no molestarlos.
No puedes extorsionar a nadie; no puedes asociarte con otros policías para incursionar en viviendas y propiedades privadas, y apoderarse de dinero y de efectos valiosos; sabemos que te has drogado antes, pero ya no puedes hacerlo, porque es ilegal.
“Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza, pues se hace naturaleza el vicio con que ha crecido”; para modificar la policía, es necesario modificar la sociedad.
Pero, es imposible transformar una sociedad cuyos valores son impuestos por los antivalores. Si el titular de prensa lo hace la declaración del narcotraficante, o de su abogado; si los políticos en un viaje al interior del país, les resulta más grato reunirse con el capo de la zona que con los productores industriales y agrícolas de la región; entonces sabemos que no hay nada que hacer.
Además, como impedirles a los medios seguir haciendo fortunas con los modelos importados, “artistas” de nuevos géneros degradantes y degradados; pero que producen el entretenimiento de aquellos que nacieron para llenar las calles, y con sus gustos engrosan las fortunas de unos vivos.
Para que la hojarasca no piense y continúe deformándose, les imponemos a unos tales artistas callejeros, llamados desde “fulanos RD, tolisha, tanisha, fulisha”, y hasta una pobre demente.
Al pegajoso ritmo de la “Loqusha”, solo Dios puede hacer un milagro.