Luis Rodolfo Abinader Corona, Presidente Constitucional de la República Dominicana, debe asimilar la realidad, de que él no es bueno improvisando; pues le han salido muy mal las cosas, cada vez que se aventura con una improvisación.
Esta frase que acaba de pronunciar, cuando dejaba instalado nuevamente el comité de empleados públicos que dirigen internamente el PRD-PRM, fue como ponerle combustible a un fuego encendido que ahora corre tras sus talones, amenazándoles los fundillos.
A primera intención, cuando un ciudadano dominicano temeroso de una vida de azar, que no sabe el minuto cierto en que un delincuente le gritará “manos arriba, dame lo que tienes”, y luego de despojarlo de sus pertenencias, le advertirá ¡y no mires para atrás! para huir impunemente; ese dominicano pensará en esas espeluznantes experiencias vividas por él, por sus familiares, por sus amigos, o por sus conocidos.
No creemos que el presidente Abinader, haya pensado antes, en los pronunciamientos de ese desafortunado discurso; porque nadie con responsabilidad y autoridad sobre una nación, la puede invitar públicamente al olvido, y mucho menos de su historia.
Hablar de olvido, sería hablar de no recordar, ni apreciar nuestros orígenes; sería hablar de no dar importancia a los hechos que nuestros padres y maestros nos mostraron, como invaluables para llegar a ser lo que somos hoy como Nación.
Ahora, aunque no somos psicólogos, debemos invitar a algunos profesionales de la conducta, para que analicen, si en el discurso de Luis Abinader, se manifestó ese temor subconsciente del pasado de sus orígenes políticos: Un presidente, que se suicida en el baño de su despacho en el palacio de gobierno, por las amenazas internas de su PRD-PRM; una trifulca interna (lucha de tendencias) que evitó su continuidad en el poder, en el periodo 1986-1990.
La errada decisión presidencial de sacar las fuerzas militares a las calles, para reprimir una poblada por las alzas de los alimentos en abril de 1984, lo que provocó cientos de muertos.
La desatinada presión política sobre el Dr. José Francisco Peña Gómez, para que no aceptara la propuesta del presidente Balaguer, para compartir el período presidencial 1994-1998, lo que hubiera facilitado a ese gran Líder de masas, cumplir su sueño de ser presidente del País en 1996.
Un período de gobierno, como el del Hipólito Mejía, símbolo del desastre económico, comienzo de los ajustes de cuenta, entre hampones con decretos presidenciales. Colusión de funcionarios con gánsteres acusados y luego condenados por la justicia, con mucho parecido a ese diputado que, en la actualidad en una cárcel de Florida, se ha dedicado a comerse sus excrementos.
Bueno, ante orígenes y recuerdos de experiencias gubernamentales como las enumeradas, los traumas son justificados, y no es raro que se invite a ¡no mirar para atrás!.