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  • Por: Máximo Sánchez
  • lunes 05 septiembre, 2022

El miedo como agente interactivo en la historia de la humanidad

Cuando don Juan Bosch en uno de sus primeros discursos, a su regreso de su prolongado exilio, llamó a los dominicanos a “matar el miedo” creado por la dictadura, para poder vivir en armonía y democracia, en el imaginario popular ese sentimiento abstracto se hizo figura, y muchos recordaron a sus verdugos en las celdas de tortura, y a las interminables horas de escondite y de silencio.

Pero, la terrible verdad es que el miedo no se inventó en América Latina, no lo inventó Pérez Jiménez, ni Anastasio Somoza, ni Trujillo, ni Pinochet; el miedo viene de lejos, en el deambular de todo el desarrollo de la humanidad.

En los inicios, la vida de los seres humanos de las cavernas, estos tenían que disputarse el sustento; y en esa cadena de subsistencia se imponía la fuerza y la habilidad, sobre la debilidad y la mansedumbre; cuando el más fuerte de los congéneres quería o necesitaba algo, lo arrebataba con violencia al más débil, y si encontraba resistencia, este último sucumbía en la lucha o huía por su vida.

Allí se aprendió a temer al más fuerte; y allí se aliaron el miedo y el poder.

Para sólo basarnos en las pinceladas de una nación europea, veamos algunos rasgos de la vida anglosajona de antaño; la Gran Bretaña de los siglos lX y X d. c. era una tierra de horrores; los señores tenían una cantidad de derechos, creados por las costumbres sobre sus siervos, que no sólo se reducían a las producciones dentro de sus tierras; tenían derechos sobre las personas físicas y sus partes pudendas.

Por ejemplo, si un señor feudal tenía siervos casados y con hijas, el señor feudal tenía derecho a la primera noche con cada una de estas muchachas, lo que se llamaba “el derecho de pernada”. Esto es, sin hablar de los abusos cometidos, que no estaban consentidos ni escritos en ninguna legislación.

Las aguas de los ríos dentro de las posesiones de los señores feudales no podían ser utilizadas por sus siervos, sin un permiso de su señor; muchas de estas corrientes eran utilizadas para regar la tierra, o para molinos creadores de fuerza de molienda para granos. Existen innumerables historias de familias enteras incineradas por haber violado esta disposición.

El poder se aposentaba en el miedo a la ira del señor feudal; así como las disputas entre los señores, la mayoría de las veces, las pagaban las propiedades, las familias, y las vidas de los siervos de ambas partes.

El temor tenía el sentido, que el poder le había infundido; y esto no desapareció con las rebeliones, y revoluciones, y redacciones de modernas declaraciones de derechos humanos en el mundo; la vida humana ha seguido su curso, sobre la base de temer al más fuerte.

Si no fuera ésta, la gran realidad del drama humano, no tendríamos la secuencia de guerras que se suceden unas a otras.

Hoy la humanidad vive el más terrible de los temores; su desaparición de la faz de la tierra por una hecatombe nuclear.

Unas décadas atrás, nos creíamos seguros, porque suponíamos que, los líderes mundiales no expondrían a sus naciones a desaparecer en una confrontación atómica; ahora, ya nadie puede asegurar eso.

Estamos frente a tiempos difíciles, quizás los últimos de la existencia de vida en el planeta; el miedo es un medio de presión geopolítica, pero también es una espantosa cara de la creación humana.

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