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  • Por: La Redacción
  • domingo 02 octubre, 2022

Mariposas de Acero y sus 10 lecciones

Es justa y artística reinterpretación del acontecimiento histórico, dotándolo de nuevos significados, para ser la más alta expresión del musical dominicano de contenido nacional.

José Rafael Sosa

Mariposas de acero es uno de los mejores musicales producidos por talento dominicano en la historia del género, considerarlo impecable y complacer el ego de sus responsables al tiempo de engrosar una carpeta de publicaciones elogiosas. Pero no se trata solo de eso.

Mariposas de Acero es un trabajo tan completo, de tanta impecabilidad que resulta imposible que se quede limitado al público que pudo pagar entrada en el Teatro Nacional. Debe ser grabado y editado para su difusión en televisión y su uso en escuelas y colegios y otros espacios comunitarios, debe editarse como libro físico y digital, en fin, no debe quedar en el último aplauso a sus funciones en el exquisito y exclusivo ambiente del Teatro Nacional.

Mariposas de acero es la demostración del dominio impecable del talento dominicano, de un género escénico supremamente exigente, logrando una interpretación novedosa, respetuosa y fiel, en general, de la realidad del acontecimiento expuesto.

Las diez lecciones

Primero. Un género de arte audiovisual que sugiere otro proyecto. Entre los aportes no previsibles de Mariposas de Acero, el primero da origen a una pregunta tan importante como inesperada: ¿Por qué razón el país no ha hecho cine musical, si contamos con talentos de este nivel, con una tradición caribeña tan rítmica y las condiciones objetivas (jurídicas y sociales) para emprender proyectos audiovisuales? Las experiencias de cine dominicano que tocan la música, no tienen la música como género sino como recurso y apelan tangencialmente a esta sonora expresión de la cultura y el arte.

Segundo.  Un trabajo premiable…sin premio. No hay premios este 2022 al arte popular. Una pena que diversas circunstancias hayan dado al traste con la posibilidad de reconocer como merecería, este y otros proyectos de arte popular dominicano. Una pena que no existan otras formas (públicas o privadas) de reconocer el talento, ubicadas por encima del circunstancial.

Tercero.  Queda demostrada la capacidad nacional de producción para el musical. Desde 1987 fecha en que se inició la carrera del personaje La Pinky – creadora del musical nacional y el aporte subsiguiente de Amaury Sánchez que perfeccionó el género desde su técnica, su música y lo enriqueció formando nuevos talentos desde su Academia AFA, además  a Guillermo Cordero, Luis Marcel Ricard, el Teatro Themus (Acrópolis y su sala de teatro) y otros nombres que se escapan a la memoria.

Cuarto. Queda consagrada la fuerza de la idea creativa. Las ideas transforman el mundo. El resto es trabajar por ellas. La iniciativa de Waddys Jáquez, aportó al país la posibilidad de ofrecer tanto un tratamiento completamente nuevo a un tema harto conocido y objeto de homenajes y reconocimientos cada año. Jáquez y Pablo García logran reinterpretar un proceso histórico nacional, dotándolo artísticamente de nuevos significados, logrando eso con la más alta expresión del musical. 

Quinto. Un artista excepcional ha tenido su gran oportunidad de expresarse: Pablo García. Se trata de un, poeta, cantante, músico, productor dominicano radicado en Tampa, ha sido junto a Jáquez, la gran plataforma conceptual de este proyecto. Un aspecto destacable de su aporte al montaje, es la imagen gráfica del espectáculo. Ese logo lo dice todo. Mucha es la gente que no tiene una idea precisa de su talento.  Intérprete de una penetrante y amigable voz de tenor, compositor de temas que enfocan el amor de forma única y responsable de una de las canciones corales: Me levantaré (2021).

Sexto. Confirmada la fuerza de los temas históricos nacionales como eje del musical. Un fallo advertido se anota al no destacar a Rufino de la Cruz en la medida de su sacrificio. No fue el invisible chofer de las Mirabal.  No fue el que aparece al final de una búsqueda, Fue el personaje que sabía a qué se exponía al apoyarlas y lo hizo. Fue el que aportó, igual que ellas, su vida. La referencia a De la Cruz es lastimeramente tangencial.

Séptimo. Evidenciada la especialización técnica para un género exigente. El montaje ha demando resolver demandas técnicas muy especializadas: vestuario, zapatos de época, iluminación y en especial la transformación escenográfica digital abrió paso a una agilidad instantánea en cambios de escenarios sin tener que mover masas de escenografía física, con una capacidad de verosimilitud y de impacto visual, que lastimosamente pocos han resaltado.

Octavo.  ¡La música…! ¡Oh la música! La base musical es justo, la música. Un arte que trasciende por sus textos inspirados, por sus arreglos, por la interpretación de sus diversos talentos. 34 canciones para contar una historia, el haberle llenado de dignidad ritmos urbanos que de ordinario sirven a la vaciedad de concepto, sentir la fuerza, la ternura y la intensidad de aquellas interpretaciones, ese manejo de los agudos, de los tonos graves, de los falsetes (especialmente el de Trujillo (Frank Ceara) y descubrir la capacidad de Nairoby Duarte (Tonó) que nos robó el alma con la ternura de la Canción de cuna (a nuestro modo de ver la joven más trascendente de todo el montaje). Sorprendente por desconocida. Sorprendente por su ternura. Ese patrimonio musical debe ser editado, difundido, comercializado.

Noveno. La danza es poesía sincronizada en movimiento. La coreografía es un elemento radicalmente diferenciador, apoyada en una masa de bailarines y danzantes que sin ser demasiados, logra una sincronía perfecta, en base a un diseño ágil, puntualmente preciso.

Décimo: Actuar es vivir con intensidad otras vidas. El compromiso de las y los intérpretes es tal que el espectador no logra escapar de un estado de expectativa en que desfilan actuaciones que han de quedar en la memoria colectiva y en especial destacamos: Naslha Bogaert (quien revitaliza el ejemplo de Minerva),  la multi expresiva Judith Rodríguez (Sina Cabral, Sagrario, Sor Inés y Secretaria), Hony Estrella (Patria, cuyo desarrollo en la actuación y la producción la aparta desde hace tiempo de su imagen de “diva”), Adalgisa Pantaleón (crucial como Doña Dedé), Diana Ramos (Dedé), Paola Zayas Bazan, Coral González (María Teresa, sorprendente esa artista) , (Dulce Tejada y La Coja) y Ana Rivas (Mamá Chea, La Jarocha y Martha). Entre los hombres, apreciamos a Nico Clínico (que otorga una nueva personalidad a Manolo), Gnómico (El comandante y Johnny Abbes García), Frank Ceara (un Trujillo tan despreciable por lo bien hecho) y Acentoh (El calié # 1 y El Verdugo).

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