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  • Por: Cándido Mercédes
  • lunes 10 octubre, 2022

Modelo de democracia y gobernanza en penumbra

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La democracia real, que ha de ser la gobernanza cierta, donde los seres humanos encuentren satisfacer sus necesidades materiales de existencia, su bienestar, su quehacer. Allí donde un huracán categoría I no desnude nuestra pobreza y miseria.

“Contra la subjetividad de los hombres se levanta la objetividad del mundo hecho por el hombre”. (Hannah Arendt).

En las sociedades como la nuestra hay cuasi un abismo, una diferencia, entre lo normativo y la praxis, entre lo legislado y el accionar concreto, entre las leyes y la cultura política, vale decir, hay un puente quebradizo entre lo ideal y lo real. Una ruptura entre los avances aprobados en el papel y el cuerpo sustantivo que ha de cobrar sentido de la historia, allí donde la subjetividad y la objetividad van en línea paralela.

El desencuentro entre lo posible y lo real, la valla entre la imaginación y el conocimiento, es tan brumosa, tan basta, que no deja lugar a dudas del poco avance de lo sostenible. Un diferencial sin colorido cierto entre lo esencial y lo real, entre la mera superficialidad y lo esencial, entre la búsqueda de la información y la transformación en noticia. La vacuidad creada es el manto del espectáculo donde cualquiera se hace héroe, aun cuando la enajenación, la alienación, lo mute en villano. Es el modelo creado por una sociedad del simulacro cuyo germen protagónico es el vacío.

Por eso seguimos en Macondo, sin superarlo, solo con nuevas tecnologías, empero, con los chips de una tautología que no nos deja ver el bosque para avanzar en lo estructural, en lo que en verdad importa, nos lleva a un nuevo peldaño del desarrollo, del contenido, de la historia, con cifras y más allá de los números, con esperanza de vida no por el tiempo per se, sino en un termómetro que nos sitúe de manera circular con otras. Ello así porque cualquier tiempo del pasado no puede alinearse con el presente ni mucho menos con el futuro.

El futuro acumula todo lo mejor del pasado y nos hace trillar en el presente, recombinación de dos tiempos con alas ciertas, buscando el equilibrio incierto del futuro, que no controlamos, no obstante, que nos conduce a labrar nuevos horizontes. Pasado y presente se constituyen en zonas de confort que no nos habilitan la esperanza renovada. Es la necesidad de conjugar presente en una perspectiva de futuro, con visión para transformar, para no solo quitar la espina sino diseñar la flor y formar su cosecha intrépida y vivaz.

Nos encontramos en ese sendero tortuoso de tres modelos de democracia con huecos gigantes en sus deudas: económicas, sociales, institucionales; situándonos en el primer escalón de la democracia y sus modelos. ¿Cuáles son esos modelos de la democracia? En nuestro país predomina un modelo elitista competitivo donde una parte muy ínfima, una porción, conduce y dirige de manera significativa, protagónica, la existencia democrática del país. Ellos, convertidos en elite, en la ley de hierro de la oligarquía, al decir de Robert Mitchell, que lo suplanta todo.

La sociedad política, que es una parte de la sociedad, subvierte y domina a esta, la subordina y toda la agenda queda diezmada en el juego de intereses individuales y particulares drenando, diluyendo, truncando y sofocando de manera perenne la vida colectiva. El modelo elitista competitivo nos empuja a la pared, nos choca en el contén, para generar solo en el concierto de sus acciones y decisiones, solo la democracia electoral, esto es, las elecciones, donde se “transforma” al ciudadano en un simple votante. La elite política, en su fase de competitividad, lucha denodadamente por el voto. Es ahí donde el ciudadano en su “mutación” se convierte en voto, en gran medida, merced al clientelismo.

El modelo de democracia elitista competitivo, aun en el Siglo XXI, en nuestro país no se lleva a cabo acorde a la transparencia, la equidad, la libertad, la eficiencia y la sana competencia. El modelo democrático elitista competitivo no lleva a cabo lo que dice la Constitución en su Artículo 216, referido a los partidos políticos, en su Párrafo 3: “Servir al interés nacional, al bienestar colectivo y al desarrollo integral de la sociedad dominicana”. La partidocracia nuestra tiene la política como forma de vivir de ella, no para servir a ella.

Balaguer y Bosch dejaron como huellas perennes negativas el signo de la eternidad, superados solo por la muerte y la enfermedad. Los alumnos quemados en el cierno del olvido solo asumieron ese laberinto, empero, sin gallardía ni honor. El PLD fue fundado en 1973, esto es, hace 49 años. Nos encontramos con dirigentes del Comité Político de esa época. Leonel Fernández estuvo en el Comité Político desde la década del 90. En el 2000 pasó a ser su presidente hasta octubre de 2019, esto es, 19 años. Federico Antún Batlle gravita en el PRSC desde hace más de 40 años y desde el 2001 como figura principal. 20 años después la referida organización es cada vez más pequeña.

Hipólito Mejía desde 1978 incide en la política dominicana desde que fue Ministro de Agricultura. En 1990 fue candidato a Senador. En el año 2000 fue Presidente. En el 2004 candidato a la presidencia. En el 2012 de nuevo candidato. En 2016 y 2020 candidato en la lucha interna de su partido donde perdió las dos veces. Nació el 22 de febrero de 1941, esto es, tiene 81 años y todavía gravita en el pobre cielo azul de nuestra tierra.

Una elite política truncada en el tiempo y en la manera de hacer política, donde ni siquiera cubrieron a plenitud ese primer nivel de modelo de la democracia. Es lo que genera esta gobernanza de penumbra que permea nuestra democracia defectuosa, diabética, como diría Latinobarómetro.

El modelo de democracia pluralista conecta, se conexionan cuasi simultáneamente con el elitista, pero lo trasciende. Toma en cuenta los distintos actores de la sociedad, todos los intereses envueltos en la misma. La diversidad del poder se democratiza aún más y hay una mayor horizontalidad del mismo. El verticalismo como eje de dominación y hegemonía se agrieta. Más consciencia ciudadana produce una mirada más colectiva, más plural, generando una democracia más dialógica. El liderazgo, por decirlo así, está en todas partes.

Los modelos de democracia no se excluyen ni necesariamente caminan por fases. En un primer eslabón sí. Sin embargo, transcurrido un tiempo concurren simultáneamente en un contexto históricamente determinado porque la democracia es un proyecto humano, en constante construcción, evolución. Va y vive desde la construcción a la desconstrucción como espacio de la evolución humana.

Verbigracia: Antes se creía que el hombre era superior a las mujeres, que la raza blanca o caucásica era superior a la negra o negroide, que la homosexualidad era un comportamiento desviado, que el matrimonio era la relación entre un hombre y una mujer. Todos esos mitos y paradigmas han sido eclipsados como parte del desarrollo de los modelos de la democracia sintonizando con las necesidades humanas. Por lo que hemos cruzado los derechos civiles y los derechos políticos, donde parte de la humanidad se encuentra en el modelo de la participación y representación que lleva consigo en su vientre, como parto y parte de la historia: allí donde hay espacios para la toma de decisiones vitales y estratégicas de los ciudadanos.

La democracia concierne en la dinámica de la vida cotidiana, en el batallar de su existencia, cohabitando con las instituciones estatales, institucionales, empero, desnudando el bosque y todos los árboles en su verdadera dimensión. La democracia aquí no es de papel, no es solo aspiracionista, no se distancia la vida real de las normas y de las leyes. La democracia real, que ha de ser la gobernanza cierta, donde los seres humanos encuentren satisfacer sus necesidades materiales de existencia, su bienestar, su quehacer. Allí donde un huracán categoría I no desnude nuestra pobreza y miseria, propio del siglo XIX.

La gobernanza es al final de cuentas: eficiencia, eficacia, calidad y gestión e instrumentalización del Estado en los servicios públicos que la ciudadanía demanda (salud, vivienda, educación, agua potable, seguridad ciudadana, empleos). Es la verdadera legitimidad del Estado. ¡De ahí que tengamos en el siglo XXI una gobernanza de penumbra!

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