Las últimas encuestas conocidas que recogen datos con miras a las elecciones de 2024 han venido reflejando un importante nivel de indecisos cuando a los encuestados se les presentan los escenarios posibles para aquel evento democrático.
Es previsible que, a la distancia de 21 meses para las elecciones generales de mayo de 2024, una apreciable franja de personas que figuran en el padrón de electores no tenga una definición, aun cuando los escenarios estuvieran perfilados.
En medio de la pandemia de COVID-19 que estaba en su apogeo en julio de 2020, se presentaba un contexto entendible para que la participación electoral fuese modesta, sin importar que estaban conjugados factores que motivaban la afluencia de votantes, el principal de los cuales era el deseo de una inmensa mayoría de la población por salir del Gobierno del Partido de la Liberación Dominicana.
Aun así, la abstención fue de un importantísimo 44.7 %, el más elevado en las últimas décadas de democracia electoral en la República Dominicana, si recordamos que hubo procesos en los que la participación del electorado anduvo cercana al 80 %.
Es decir, que, salvo excepciones que sobresalen, la participación de los dominicanos en las elecciones tiende a mantener su fortaleza, lo cual se debe, en cierta forma, a que los partidos han podido mantener su influencia, a pesar de que, de alguna manera ellos mismos han tratado de socavar su base.
Ahora bien, los partidos deberían aplicarse una especie de DAFO para auscultarse hacia adentro y desterrar las que serían sus amenazas más visibles—y en cierto modo hasta peligrosas—que pudieran dar al traste con esa relativa fortaleza que les ha permitido reponerse por arriba de la corriente predominante en América Latina, consistente en la periódica barrida de las formaciones tradicionales.
Ese análisis debería, en primera instancia, generar la autocrítica suficiente para los partidos darse cuenta de que han estado coqueteando con su autodestrucción, lo que si no ha sucedido se ha debido a que medrar alrededor de los partidos permite a miles de personas alimentar su propia esperanza.
Cuando decimos que han estado coqueteando con el desastre es porque aquellas iniciativas institucionales que se suponían encaminadas a mejorar los partidos, fueron utilizadas como herramientas de sectarización, tendentes al aniquilamiento de adversarios internos.
El más reciente esfuerzo en ese sentido lo tenemos en la Ley de Partidos que procuraba afianzar las organizaciones políticas, pero que, luego de un periplo de gaveta en gaveta durante 20 años en el Congreso, fue utilizada para sustentar los intereses de un sector sobre otro en el PLD, dando lugar a una legislación que ha sido descuartizada por el Tribunal Constitucional por inútil.