La normalidad cultural, son las felicitaciones, los buenos deseos y los abrazos y saludos de año nuevo; y todo esto se hace, sin una reflexión seria de las realidades individuales o colectivas que rodean a las personas a las que se les dispensan estas deferencias.
Los saldos del año que terminó, no son para festejar, ha sido un año duro y doloroso para la humanidad. La pandemia ha amainado, pero sus secuelas en la salud física y emocional de los seres humanos, horadan las simientes de la mayoría de los hogares de los países que pagaron sus inclemencias con grandes mortandades.
Las economías resquebrajadas siguen y seguirán por mucho tiempo, siendo el principal hándicap político de los gobiernos de turno; así como también el origen de las decisiones desafortunadas de los personajes de mando que, llevan a sus pueblos a las desventuras.
Antes de finalizar febrero del año que termina, comenzó una guerra de la gigante Rusia en territorios de Ucrania. En principios, la prensa internacional occidental, reflejó la confrontación como un enfrentamiento entre “la gran y poderosa Rusia y el pequeño y débil país colindante”, era como una figura de fábula, de un gran y enfurecido oso enfrentado a un pobre y apaleado lobo de las estepas.
El tiempo ha ido cambiando la narrativa; la Organización del Atlántico Norte (OTAN) ha dado todo su apoyo al contendiente débil, y las armas y los recursos tácticos llegan en cuantiosas cantidades a Ucrania, lo que convierte este territorio en un frente de batallas, donde se dan las escaramuzas del inicio de una conflagración mundial.
El Papa Francisco, la máxima autoridad de la Iglesia Católica, ha expresado en más de una oportunidad que, la tercera guerra mundial está en marcha; y muchos fanáticos entienden alegremente que, hay un final feliz porque según ellos, Occidente destruirá a Oriente, aplastando así, todas esas religiones y costumbres que no entenderemos jamás.
La realidad es que si bien, La OTAN y occidente están nucleados alrededor de Ucrania, a Rusia, oriente no la ha dejado sola, La República Popular China se resistió desde un principio a condenar la invasión rusa a Ucrania, y poco a poco fue desplazando su interés en el devenir internacional hacia su conflicto sobre su antiguo territorio Taiwán; una jugada de enrosque en el ajedrez político y diplomático.
De más está hablar del apoyo iraní y de Corea del Norte a Rusia; sin mencionar que la India, se ha convertido en el principal comprador de los combustibles crudos de Rusia.
La ficción de Kent Follet en su novela “Never”, está quedando atrás frente a la realidad geopolítica que tenemos hoy; el escritor inglés describe un enfrentamiento geopolítico entre EEUU y China, cuyo punto neurálgico y de explosión sería una Corea del Norte protegida por La República Popular China; pero en toda la narración Follet solo cuenta las cabezas nucleares de EEUU y las de China, sin tomar en cuenta todo el poder devastador de occidente y de oriente con las demás naciones nucleares.
El título de la novela, obedece al anhelo del escritor de que, lo que narra nunca suceda, porque si sucediera, no quedaría nadie para narrarlo y mucho menos para escucharlo o leerlo.
A pesar de que todos sabemos, cuál será el final, las instancias del poder en el mundo, están empeñadas en conducirnos al fin. Ojalá este 2023 que comienza, no sea el principio del final de la humanidad.