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  • Por: La Redacción
  • viernes 30 junio, 2023

La despedida del periodista cubano Carlos Alberto Montaner en “Mi última columna”

Me jubilo sin júbilo alguno. Me retiro del “columnismo”. Mis columnas, durante años, las distribuyó mi colaboradora más estrecha, Lucía Guerra. He cumplido 80 años. Padezco parálisis supranuclear progresiva (PSP). El nombre lo dice todo.

República Dominicana.-El escritor Carlos Alberto Montaner falleció este jueves a causa de una enfermedad “rara del cerebro”, que le fue diagnosticada tras una resonancia magnética y, que la padecen tres de cada 100 mil personas.

Se jubiló –dijo- sin júbilo alguno. Sin embargo, tuvo la oportunidad de escribir en los mejores periódicos de América Latina, de España y de Estados Unidos.

“En los últimos tiempos mi columna semanal ha aparecido en El Libero, el mejor periódico digital de Chile, y en El Independiente, un excelente diario digital que sacan Casimiro García-Abadillo, Victoria Priego (dos grandes veteranos del periodismo español) y —en la parte internacional— Ana Alonso. Esos dos diarios completan el cuadro del ámbito de la lengua en el que he tenido el privilegio de dar la batalla de y por la libertad. Al final de mis memorias, Sin ir más lejos, publicadas por Silvia Matute en Debate, editora de Penguin-Random House, cité al filósofo Julián Marías por su humilde frase. Hoy lo vuelvo a hacer: “Hice lo que pude”, destaca en “Mi última columna”.

Fue profesor en diversas universidades de América Latina y Estados Unidos y publicó más de 20 libros, varios de los cuales han sido traducidos a diversos idiomas. Entre los más conocidos y reeditados están: Viaje al corazón de Cuba, Cómo y por qué desapareció el comunismo, Libertad: la clave de la prosperidad. Dos de sus más polémicos y divulgados ensayos son Manual del perfecto idiota latinoamericano y Fabricantes de miseria, ambos escritos con Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa.

Montaner fue también novelista y publicó su primer libro de ficción al segundo año de su estadía en España, en 1972. La novela, titulada Perromundo. ​ Quince años después de su publicación, se publica en 1987 Trama y que en ediciones posteriores pasaría a llamarse 1898: La trama. En 2011 Montaner publica su tercer libro de ficción, La mujer del coronel. En 2012 aparece su cuarta novela, Otra vez adiós. En 2017 Colección Fugas hizo una reedición especial de su primer libro de ficción, Póker de Brujas y otros cuentos. Edición 50 años, que incluye una amplia entrevista a cargo de Luis Leonel León titulada 50 preguntas 50 años después (de la primera vez) ​ donde Montaner recorre su vida y obra. En 2019 publicó sus memorias, Sin ir más lejos.

Aunque radicado en Madrid desde que llegara en 1970, desde hacía años tenía también oficina en Miami​ y, a partir de 2010, después de comenzar a hacer comentarios para CNN en Español, pasaba más tiempo en esta ciudad que en Madrid, donde falleció ayer nueves.

Aquí la última columna escrita por Carlos Alberto Montaner

Mi última columna

Me jubilo sin júbilo alguno. Me retiro del “columnismo”. Mis columnas, durante años, las distribuyó mi colaboradora más estrecha, Lucía Guerra. He cumplido 80 años. Padezco parálisis supranuclear progresiva (PSP). El nombre lo dice todo.

Es una enfermedad rara del cerebro. Me la diagnosticaron en el hospital Gregorio Marañón —uno de los mejores de España— tras una resonancia magnética. Tres personas por cada 100.000 la padecen. No es contagiosa, ni heredada. No hay cura para ella. No se sabe cómo comienza ni por qué se origina. Es de la familia del parkinsonismo, pero sin temblores. De ahí la confusión en el diagnóstico. Se caracteriza por impedirme conversar bien y leer, más allá de los titulares (Linda, mi mujer, y nuestra hija, Gina, me leen los diarios), no así escribir todo lo “bien” que me ha permitido llevar más de medio siglo escribiendo —entre otras cosas— una columna sindicada a la semana. He escrito miles de columnas y debo a mis artículos todo lo que he hecho posteriormente.

Este PSP que ahora me afecta se caracteriza (como el otro, el de los comunistas cubanos), por el “habla lenta o arrastrada” que hizo que dejara los comentarios en CNN en Español (donde tanto compartí con Andrés Oppenheimer, Camilo Egaña y otros notables periodistas), pese a los esfuerzos por retenerme que hizo mi amiga Cynthia Hudson, presidente de la cadena. O en 20 estaciones de radio, comenzando por “El Sol de la Mañana”, bajo la dirección del matrimonio dominicano Espaillat, Montse y Antonio, siguiendo con “La Hora de la Verdad” en RCN de Bogotá, en un espacio dirigido por Fernando Londoño, hasta la modestísima emisora por internet que orienta Orlando Gutiérrez hacia Cuba, y tiene uno de sus más sólidos baluartes en Julio Estorino. Además, durante años mis comentarios llegaron a Cuba por medio de Radio Martí. Gracias por tolerarme en sus filas.

Al periodista cubano Carlos Castañeda lo vi llegar a Puerto Rico a finales de los 60 con un trabajo que a mí me parecía muy difícil: levantar El Día de Ponce hasta que compitiera con El Mundo de San Juan. Si yo hubiera sabido los planes de Carlos con cierta antelación me habría quedado a librar esa batalla, pero ya tenía hasta los boletos para España. Había sido aceptado en la Universidad Complutense de Madrid para hacer el doctorado. Mi familia y yo nos embarcábamos en una nueva aventura europea.

Era el primer semestre de 1970. Castañeda mudó El Día para San Juan, le cambió el nombre, le llamó El Nuevo Día e hizo un tabloide con grandes titulares, fotos ad hoc y grandes caricaturas. Pronto se quedó solo en el terreno. El Mundo cerró. De aquel lance antes de instalarme en Madrid guardo un consejo que fue muy importante en mi vida profesional: “Busca en NuevaYork a Joaquín Maurín —me dijo Castañeda—. Es un exiliado español. Dile que tú quieres escribir columnas para su agencia ALA (American Literary Agency). Ahí están los mejores de la lengua, entre otros, Germán Arciniegas y Pablo Neruda”. Lo hice. Maurín me pidió una muestra. Se la di. Cuando la encontré reproducida en 156 diarios me juré cuidar mis columnas. Y así he hecho desde entonces.

Joaquín Blaya me llamó a Madrid. Era un chileno, presidente de Univisión. Luego lo sería de Telemundo. Me pidió un comentario a la semana y dejó que yo escogiera el tema. Sería, claro, de actualidad. La promesa de Maurín se había cumplido. ALA le daba difusión a mis ideas y estas me abrían otros campos como la TV, mucho mejor pagados que la prensa plana. Blaya demostró que era un ejecutivo de altísima calidad. En una oportunidad me dieron un minuto para explicar una hipótesis de un cura antropólogo, profesor de una universidad de Nueva York, sobre el programa del welfare, diseñado fundamentalmente por hombres, y su impacto en mujeres de bajos recursos. Sin duda, era un tema polémico. El canal 41 de Nueva York vio la rentabilidad política, o actuó por temor, bajo la indicación de la gerencia. Lo cierto es que Al Sharpton, ministro baptista, fue a pedir mi cabeza al canal, sin haber oído mi comentario en español, y Blaya me defendió con total firmeza.

Cuando The Miami Herald parió un pliego en español, creyeron que sería un fenómeno pasajero. Pero luego comprobaron que aumentaba el perímetro del castellano. Como el mundillo de los editores de diarios es muy reducido, se hablaba con mucho respeto de Carlos Castañeda y de la hazaña que había realizado en Puerto Rico. Lo llamaron y de ahí nació El Nuevo Herald en la primera parte de los 80. Allí comparecieron Roberto Suárez, Gustavo Pupo Mayo, Sam Verdeja, Armando González, Roberto Fabricio y el gran Carlos Verdecia, exdirector de El Nuevo Herald.

Creo que fue Pupo Mayo. Me ofrecieron la dirección de El Nuevo. No la acepté. No quería desplazarme de España. Me ofrecieron dirigir la página de Opinión. Puse dos condiciones para que no aceptaran: solo estaría presente la primera semana del mes. Las otras tres las pasaría en España. (A fin de cuentas, inauguré el trabajo a distancia que se popularizó durante la pandemia.) La segunda condición era que fueran mis adjuntos Araceli Perdomo, de cuya integridad se contaban cosas muy positivas en la redacción, y Andrés Hernández Alende, para no cometer errores ni injusticias. Al extremo que, andando el tiempo, tras mi renuncia, Araceli y Andrés me sustituyeron en el cargo. A lo largo del tiempo El Nuevo Herald ha sido mi casa.

He tenido la oportunidad de escribir en los mejores periódicos de América Latina, de España y de EEUU. En los últimos tiempos mi columna semanal ha aparecido en El Libero, el mejor periódico digital de Chile, y en El Independiente, un excelente diario digital que sacan Casimiro García-Abadillo, Victoria Priego (dos grandes veteranos del periodismo español) y —en la parte internacional— Ana Alonso. Esos dos diarios completan el cuadro del ámbito de la lengua en el que he tenido el privilegio de dar la batalla de y por la libertad. Al final de mis memorias, Sin ir más lejos, publicadas por Silvia Matute en Debate, editora de Penguin-Random House, cité al filósofo Julián Marías por su humilde frase. Hoy lo vuelvo a hacer: “Hice lo que pude”.

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