Nuestra familia ha sido adoptada por San Cristóbal; en Madre Vieja Sur, nuestros hijos vivieron parte de su adolescencia. En septiembre de 1973 llegué por segunda vez a esta urbe, luego de pasar el examen de admisión del Instituto Politécnico Loyola; y fue en esa edificación, donde estaba la tienda veterinaria que acaba de quemarse, donde nos albergamos junto a otros compañeros.
La calle Padre Ayala, era nuestra calle; salíamos de la pensión y esta calle era un camino directo al parque central y al centro del pueblo; era una época de muy pocos vehículos en las calles, todo el mundo se conocía y se hacían listas de pasajeros para salir de viaje en las horas de la mañana en los pocos carros de públicos; era una costumbre para la gente que trabajaba en la capital de la República.
Nuestra pensión estaba regentada por el hoy médico veterinario don Leo Uribe, y por su esposa doña Milagros; buenas personas, esperaban pacientemente esos cuarenta pesos mensuales que pagábamos, cada uno de nosotros por alojamiento, ropa limpia y tres comidas, increíble ¡cómo ha cambiado la vida!
La pensión desenvolvió sus actividades en la segunda planta del edificio, y había un gran balcón que abarcaba la esquina de la Padre Ayala y la calle Francisco J Peynado, desde dónde podíamos observar todo el entorno próximo en ambas calles; por eso podemos afirmar que conocemos el espacio del mercadito viejo que acaba de desaparecer con esta explosión.
Y por esta razón, hoy nos preguntamos ¿Cómo pudo haber una fábrica o recicladora de plásticos en este lugar? Un lugar en el que, además se desarrollaban otra docena de negocios de diferentes actividades comerciales.
¿Quién dio los permisos que demandan las leyes y las regulaciones, para instalar dentro del casco urbano una fábrica de esta categoría? Se habla de que se estaban desmantelando las instalaciones, para dar paso a un parqueo municipal, pero ¿cuánto tiempo tenían los sancristobalenses durmiendo sobre este campo minado?
Nuestra San Cristóbal se ha convertido en un gran caos; el tráfico vehicular en las calles, con muy poca regulación es exasperante; las vías de acceso y salida, han devenido a ser estrechas y muy pocas; sólo dos estrechos puentes sobre río Nigua, para manejar todo el tránsito que entra y sale del casco urbano desde Madre Vieja, Hatillo y Santo Domingo; la entrada y salida hacia Cambita, y lo mismo hacia Najayo abajo, son rutas inadecuadas para la cantidad de vehículos circulantes.
Y así cómo los ciudadanos de San Cristóbal viven en estrés y desorden, sus instituciones se manejan por favoritismo, desde el orden policial para una multa de tránsito, hasta aquellas que tienen que conceder los permisos correspondientes a negocios y operaciones industriales que ponen en peligro la vida de los sancristobalenses.
Después de un macabro balance oficial, de 33 cuerpos destrozados y más de 50 heridos, este pueblo no para de lamentar sus pérdidas; la sangre jamás secará en la memoria de nuestros huérfanos, niños y adolescentes; las lágrimas seguirán manando por décadas; y las manos y los bolsillos de quienes cogieron las preventas, para cerrar sus ojos o voltear sus caras a otro lado, seguirán ardiendo en sus conciencias.
Ahora, después de esta brutal cadena explosiva de muerte y destrucción, todos los hijos de San Cristóbal debemos pensar fría y concienzudamente sí, en nuestras manos está cambiar este rumbo de caos, degradación y muerte en que nos han sumido.