En la actividad política nacional por siempre ha estado privilegiado el señalamiento del dedo. Los caudillos escogen a los candidatos de su preferencia, sin echarlos al escrutinio popular. Es fácil ganar así, por capricho del destino.
Ese señalamiento de dedo fue usado por siempre por los líderes-caudillos tradicionales de la política dominicana, Joaquín Balaguer, José Francisco Peña Gómez y Juan Bosch. Nunca fue una acción democrática, sino violadora de las leyes del juego.
Ahora surge una nueva cara, que quiere dar tintes democráticos a esa situación de fuerza, que es el candidato reservado. Los partidos lanzan a sus partidarios de nivel medio a que participen en las encuestas o convenciones, pero resguardan a sus favoritos de ir a buscar los votos al corazón del pueblo.
Con acciones de este tipo, realizadas por todos los partidos, se le da un golpe a la institucionalidad y la democracia. Muchos callan, porque entrar en contradicciones con la cúpula de sus organizaciones, es correr el peligro de las sanciones, de caer en desgracia o de la expulsión.
Viola el principio democrático que una personalidad, con mucho nombre y figura de primer plano, pero sin simpatías reales en las bases, se le dé un cargo sin ir a la convención. No es un hecho nuevo, recuerdo que por tradición muchos presidentes de la Cámara de Diputados y el Senado, eran señalados por el dedo.
El método anti-democrático de los partidos políticos viene de lejos, y de el abusaron los grupos de izquierda. Era un pecado supremo y no aceptado por la cúpula política de izquierda entrar en disquisiciones sobre lo que mandaba el secretario general.
Una vez le dije a un rabioso dirigente de izquierda; para militar en este grupo hay que quitarse la cabeza y dejarla en el parque, porque aquí está prohibió pensar con cerebro propio. La pregonada democracia no se estilaba en las relaciones internas.
Creo en la democracia participativa, (distinta a la democracia representativa, mañosamente modelada y remodelada, por lo que no creo en ella), por lo que es obligación de todos llevarla a los partidos.
¿Cómo se puede levantar la bandera da cambios y de afincamiento de las libertades públicas e individuales, si los partidos la cercenan en sus entrañas?
Si internamente no florece la democracia, y hablo de todos, de todos sin excepción, es una farsa y una falsa hablar de cambios, institucionalidad y democracia. ¡Ay!, se me acabó la tinta.