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  • Por: Máximo Sánchez
  • sábado 24 agosto, 2024

Algo que debemos decir

De la observación cuidadosa de las prácticas y las situaciones, nacen las más sensatas teorías y las mejores explicaciones.

Recomenzamos así, nuestro deambular sobre las realidades en que sobrevive el pueblo dominicano; y lo hacemos, luego de disfrutar 3 meses de vida, entre la felicidad de reír a diario, y la amargura de no poder remediar la miseria de nuestros contornos.

La República Dominicana del espectáculo, es muy diferente al país depauperado, pobre y desorganizado en que viven las grandes mayorías de sus habitantes.

Comenzando por la punta oriental de la Media Isla, en la provincia Altagracia, tenemos Punta Cana con sus grandes y lujosos hoteles, y sus buenos y bien organizados complejos residenciales; a su lado, como un monumento a la miseria, se extiende la comunidad de Verón, con la mayoría de sus calles sin pavimento, y con sus arterias principales con un transito infernal.

La vieja carretera hacia la ciudad de Higuey, es la avenida principal, llena de ventorrillos y frituras, que cohabitan con grandes negocios ferreteros y mueblerías; por la noche, toda la zona es un solo antro inseguro y prostibulario.

Pero si eso nos parece poco, avancemos un poco más hacia la zona de Bávaro; por allí, existe un poco de orden en la ruta que va desde la autopista hacia los complejos de hoteles y las playas, pero si en vez de tomar esa ruta, doblamos a la izquierda, vamos directo a la zona de Friusa; y ahí es que tuerce la puerca el rabo; por allí nos toparemos con el famoso hoyo de Friusa, habitado por haitianos, con el comportamiento propio del otro lado de la isla.
Pero piense usted, si ésta es la realidad de esa parte del país, donde las grandes inversiones privadas han modificado los niveles adquisitivos de una gran parte de sus habitantes, ¿Qué pasa con las provincias, donde no tenemos este tipo de incentivo?
¡Ay San Cristóbal! Nuestro lugar de adopción; gracias al Instituto Politécnico Loyola fuimos adoptados por este congraciado terruño en el año 1973, desde entonces, aprendimos a quererlo y conocerlo de la mejor manera.

La villa de San Cristóbal que, el dictador Trujillo dejó con calles bien organizadas, con escuelas técnicas, con fastuosas iglesias, con mercados y cementerios, hoy está rodeada de arrabales miserables; con un tránsito vehicular caótico, conductores de camiones y autobuses abusivos y desconsiderados.

San Cristóbal se mece entre el caos y la desesperanza; todavía llora las más de 40 víctimas de una explosión sin explicación lógica posible.

Y así, podemos viajar describiendo realidades similares en cada uno de los municipios de nuestro país; pero, detengámonos un minuto en Barahona; su municipio cabecera no escapa al fenómeno común de todo el país, la arrabalización; hace unos años en Barahona se dejó funcionando una vía alterna, para seguir la carretera hacia la costa que se le llamó circunvalación, ya el avance por esa vía es tan difícil como por el centro de la ciudad.

La carretera desde la ciudad de Barahona hacia los municipios y poblados de la costa, se ha convertido en el Waterloo de las actuales autoridades; vamos para 5 años cuando surgió la presente administración, esta vía estaba en un gran avance en su construcción, ahora, después de avanzar muy poco, tenemos problemas creados por la falta de previsión y la improvisación.

“El Derrumbao” les suspendió todas las asignaturas a los intendentes del Ministerio de Obras Públicas; la ambición los llevó a cometer errores garrafales, y ahora la montaña se ha convertido en un monstruo desafiante, al que no le encuentran solución.

Vale decir, que a menos que inviertan en una flotilla de barcos de pasajeros, esta carretera seguirá siendo la vía para llegar al Pedernales prometido y promisorio.

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