Cuando finalizaba el siglo XV, el 12 de octubre del año 1492, el insigne navegante, almirante de la mar oceánica don Cristóbal Colón llegó a unas tierras que, hoy llamamos americanas y que en aquellos momentos eran tierras aborígenes, completamente desconocidas para el Almirante y los acompañantes de su pequeña flota.
De esa llegada de Cristóbal Colón a las nuevas tierras se ha escrito mucho; se han compuesto muchos libros e historias, unos sustentados en cronistas de esa época, interesados en describir los hechos para la historia; otros sustentados por la sorprendente maravilla que destrozaba las teorías geográficas que conformaban el acervo de la navegación de la era en cuestión.
De este primer viaje a estas tierras desconocidas, existe una ringlera de falsedades e imprecisiones: “Que si Isabel la Católica, reina de Castilla y Aragón, empeñó sus joyas para sufragar los gastos de una pequeña flota de tres carabelas” ¡pobre Reina! la representante principal de la Iglesia Católica, el poder fáctico más grande de Europa en la península Ibérica en ese momento, era tan pobre que tenía que acudir a los usureros a buscar recursos, para sufragar una empresita como esa.
“La mayoría de los hombres que acompañaron a Colón, fueron prisioneros y criminales que sacaron de las cárceles para esa misión.” ¡Tremendo disparate! según los datos de los cronistas de aquellos tiempos, los marineros que participaron en la primera travesía, fueron aproximadamente entre 82 y 90 hombres, de los cuales solo 4 habían estado encarcelados, un marinero y 3 de sus compañeros de celda.
Cristóbal Colón abrió la posibilidad de navegar hacia el occidente, convencido por la teoría no comprobada aún de que la tierra era redonda, y que navegando en esa dirección se podía volver al punto de partida. Esto no fue un antojo científico de este navegante; él y quienes le ayudaron tenían la necesidad de resolver un problema parecido al que tenemos hoy en Oriente Medio con el transporte de mercancías.
Quienes sobre dimensionan la empresa de Colón, hasta suponer que su Majestad, doña Isabel, se desprendió de sus collares y su corona, para ayudar al navegante, desconocen que en los lugares y reinos a los que estos europeos querían tener acceso, los navegantes de esos mares, disponían de galeones movidos por centenares de hombres, que surcaban sus aguas sin ninguna dificultad en aquella época.
El tropiezo de las naves del Almirante con las tierras aborígenes que hoy llamamos América, marcó un destino diferente para la humanidad. Hasta ese momento, los diferentes poderes europeos, que desgastaban sus esfuerzos peleándose por intereses de sus países dentro del viejo continente, pusieron sus ojos en las nuevas tierras, que no estaban tan lejos como ellos imaginaban.
La redefinición de las fronteras imperiales, comenzó en aquel momento; Inglaterra, Francia, Holanda, Portugal y España, en muy poco tiempo transfirieron sus enfrentamientos a los nuevos territorios de ultramar.
El Caribe, centrado en la isla de Santo Domingo, a la que los aborígenes le llamaban Quisqueya, se convirtió en el primer centro de la colonización de las nuevas tierras; desde allí partieron los exploradores hacia las diferentes latitudes, con el fin de poner bajo el dominio del imperio español, los territorios que pudieran alcanzar.
Don Cristóbal Colón navegó 3 veces más por los océanos y mares de América, y en sus 4 viajes no pudo darse cuenta de que había sumado al mapamundi un nuevo y extenso continente; hay quienes afirman que murió sin enterarse.
Las consecuencias de la llegada de los europeos al nuevo continente, fueron devastadoras para los habitantes originales de estas tierras y sus culturas; los forasteros llegaban con costumbres y vicios más definidos y fuertes que los originales dueños de estos dominios. El impacto político, cultural, social y de salud, llevó a la extinción de los aborígenes en muchos lugares del nuevo continente.
Casi 5 siglos y medio después de la llegada española a la isla de Quisqueya, en ella se sufren las consecuencias del enfrentamiento imperial entre el Reino de España y el imperio francés. En la isla de Santo Domingo, se continúan peleando criollos de nacimiento e invitados por la fuerza.
Desde aquella fecha lejana de punto de partida, los imperios no han renunciado a dilucidar sus luchas de intereses en nuestro Caribe; y si hay alguna duda, el ejemplo de la República Dominicana nos puede aclarar la vista.
Comenzando por Estados Unidos de Norteamérica, La Federación Rusa, La República Popular China, y todos los países de la decadente Europa, tienen embajadas, presencia y oficinas de intereses en el pequeño suelo dominicano, pero lo más preocupante, es que tratan de influenciar en nuestras decisiones como país… y ahí es que está el detalle de su lucha en esta frontera imperial.