En la política dominicana, las sucesiones de liderazgo dentro de los partidos se han sustentado, casi exclusivamente, en torno al ejercicio o la aspiración de la presidencia de la República. Esto ha sucedido en detrimento de una base ideológica sólida o de valores definidos que orienten el accionar político. Como resultado, no existen diferencias significativas entre los principales partidos, y está profundamente arraigada la convicción popular de que “todos los partidos son iguales”.
Un ejemplo revelador de esta lógica fue lo ocurrido con José Francisco Peña Gómez en el PRD. Aunque era el líder indiscutible del partido, cuando surgieron las aspiraciones presidenciales de figuras como Jacobo Majluta y Salvador Jorge Blanco, la militancia cerró filas alrededor de ellos. Peña Gómez comenzó a perder apoyo de manera acelerada, hasta que finalmente se vio obligado a lanzar su propia candidatura presidencial para no quedar marginado.
Este patrón se ha repetido en distintos momentos. Otro caso emblemático fue el de Miguel Vargas Maldonado. En las elecciones de 2008, se convirtió en la figura principal del PRD al ser su candidato presidencial. No obstante, posteriormente firmó un acuerdo con Leonel Fernández que permitió la reforma constitucional habilitando a Hipólito Mejía para aspirar nuevamente a la presidencia. ¿El resultado? Años más tarde, Miguel Vargas fue arrasado por un “tsunami político” que lo relegó a un nivel de influencia impensable.
La política dominicana ha estado marcada por estos vaivenes, donde el liderazgo se define por la cercanía o acceso al poder presidencial, dejando de lado la formación, la coherencia ideológica o el arraigo de estructuras institucionales sólidas. Esta dinámica ha determinado, una y otra vez, quién asciende y quién desaparece del escenario político.
El caso más reciente —que será desarrollado- posteriormente — es el del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). La prohibición constitucional que impide a Danilo Medina postularse nuevamente a la presidencia ha provocado una sensación de orfandad en la militancia de ese partido. La ausencia de un relevo claro ha generado una profunda desesperanza, motivando a muchos dirigentes y simpatizantes a migrar hacia otras organizaciones políticas.
Como hemos señalado, lo que prevalece es el interés por alcanzar la presidencia de la República como único objetivo, lo que convierte el poder en un instrumento para el reparto oportunista de beneficios, y no en una plataforma de transformación social ni de servicio público.
Los argumentos aquí presentados servirán de base para analizar la transición del PRD al PRM y cómo esa ruptura dio lugar al surgimiento de una nueva fuerza política, liderada por viejos y nuevos actores del escenario nacional.
En la próxima entrega: el nacimiento del PRM y la ascensión de Luis Abinader dentro del reordenamiento del mapa político dominicano.