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  • Por: Alejandro Santos
  • martes 09 diciembre, 2025

El arte de la supervivencia dominicana

Una característica que identifica claramente a un dominicano es la manera en que logra adaptarse a cualquier circunstancia, aun cuando las condiciones sean difíciles, cambiantes o adversas. La capacidad de reorganizar su vida frente a la escasez, de reajustar prioridades y de reinventarse ante cada obstáculo, forma parte de una cultura de resistencia silenciosa.

Una de las habilidades más desarrolladas del ser humano es, sin duda, la capacidad de adaptarse a los entornos más diversos, incluso a aquellos que resultan hostiles. Sin embargo, en el caso del dominicano, esa capacidad parece venir acompañada de un componente adicional: una mezcla de ingenio, optimismo forzado y una creciente tolerancia a la incertidumbre. Ese “extra” se manifiesta de manera clara en la economía familiar, en la forma en que se enfrentan las adversidades cotidianas y también en la manera en que se vive tanto la alegría como el dolor.

Resulta legítimo preguntarse cómo una familia de ingresos promedio puede adquirir una vivienda, tener un automóvil, pagar un colegio privado, cubrir los servicios básicos, costear salidas recreativas e incluso realizar viajes al extranjero. La realidad es que muchas veces cuesta comprender cuál es la fórmula exacta que permite hacer rendir unos ingresos que, a simple vista, parecen insuficientes para sostener ese nivel de vida. Detrás de esa aparente estabilidad se esconden, en muchos casos, sacrificios invisibles, deudas acumuladas y una administración extrema de cada peso disponible.

Se sabe que una gran parte de las familias dominicanas vive bajo un estrés financiero permanente, marcado por la necesidad constante de tomar dinero prestado. Posteriormente, la carga de las deudas termina consumiendo una porción significativa de sus ingresos, debido a los elevados intereses bancarios y a las variadas formas de financiamiento informal. El ciclo de endeudarse para resolver el presente y comprometer el futuro se ha convertido en una práctica casi normalizada dentro del funcionamiento de la economía doméstica.

Si observamos el comportamiento de los salarios, el promedio mensual ronda los RD$20,000, y en las grandes empresas se acerca aproximadamente a los RD$35,000. Mientras tanto, el costo de la canasta básica, según cifras oficiales, supera los RD$41,000. La diferencia entre lo que se gana y lo que se necesita para cubrir las necesidades elementales deja al descubierto una brecha que explica gran parte de las tensiones sociales, familiares y personales que se viven a diario. Para muchos hogares, el salario no alcanza siquiera para cubrir lo esencial.

Existe, además, una amplia franja de la población que permanece por debajo de esos promedios, sobreviviendo con ingresos aún más reducidos, insertos en condiciones laborales de informalidad, inestabilidad y escasa protección social. Para estos sectores, la supervivencia cotidiana no es una metáfora, sino una realidad concreta que se vive entre la incertidumbre del día a día y la necesidad urgente de resolver lo inmediato.

Pero incluso en los estratos que se ubican por encima de ese promedio salarial, la situación no está exenta de contradicciones. Quienes devengan ingresos entre RD$100,000 y RD$300,000, considerados elevados dentro de los parámetros nacionales, al realizar el cotejo de sus gastos descubren que esos ingresos tampoco resultan suficientes para sostener un estilo de vida que incluye compromisos financieros mayores, responsabilidades familiares ampliadas, créditos hipotecarios, vehículos de alto costo, educación privada, seguros y múltiples obligaciones sociales. El aumento del ingreso suele venir acompañado de un aumento proporcional —y a veces desmedido— de los gastos.

De este modo, se configura una paradoja persistente: se gana más, pero también se debe más, se gasta más y se vive bajo nuevas presiones económicas. A mayor nivel de ingresos, mayores son también las exigencias de consumo, estatus y compromisos sociales. La lógica del endeudamiento no distingue con claridad entre clases sociales; cambia de forma, pero sigue estando presente.

Vivimos, en consecuencia, en una sociedad llena de “magos” que hacen verdaderos malabarismos para sobrevivir dentro de las limitaciones de sus ingresos ordinarios. Hombres y mujeres que estiran los recursos, que combinan varios trabajos, que improvisan, que negocian, que postergan, que renuncian y, aun así, logran mantener en pie una cierta apariencia de estabilidad frente a un entorno que, en lo económico, rara vez da tregua.

Por todo ello, los dominicanos debemos ser considerados como una de las poblaciones con mayor capacidad de ingenio, resistencia y adaptación del mundo. No porque nos sobre lo material, sino precisamente porque hemos aprendido a enfrentar la escasez, a convivir con la desigualdad y a abrirnos paso en medio de profundas iniquidades estructurales. El arte de la supervivencia dominicana no es solo una habilidad económica: es una actitud vital frente a la realidad.

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