Sin un ministerio público independiente, con la clase política en campaña electoral y con los partidos en pleno proceso de reubicación de posiciones, la administración pública sigue hundida por los caminos de la corrupción que aparentemente nadie está en condiciones de parar.
Debería ser el ministerio público como persecutor de los delitos penales que persiga la corrupción en el Estado, también en el sector privado, pero esa entidad está inhabilitada toda vez que su titular no tiene interés real en sancionar las malas prácticas de los funcionarios estatales.
En lo que se refiere a la Cámara de Cuentas, tampoco realiza investigaciones creíbles debido a que está secuestrada al igual que el ministerio público por gente que sólo tiene interés de llevar su status quo, sin nada que cuestionar a la administración pública.
Mientras eso pasa funcionarios electos y no electos engrosan sus cuentas de manera exorbitada a cuestas de los fondos de los gobiernos, desde hace años sin que haya castigo al enriquecimiento ilícito.
Diariamente aparecen denuncias de malos manejos en la administración, sólo quedándose ahí, en denuncias.
Los grandes expedientes que han sacudido a la presente gestión están literalmente en el aire, el caso Tucanos es emblemático por los sobornos aplicados ha pasado a mejor vida con la liberación del supuesto principal implicado.
Al parecer no hay interés en poner bajo escrutinio todos esos expedientes
El caso Odebrecht ha perdido credibilidad y lo de Punta Catalina aunque existen contundentes documentos, estos han sido calificados por el señor Procurador General de la República como papeles de Excel.
Imagínense, dirán los de más abajo, si arriba se enriquecen al margen de la ley aplicado la teoría de la acumulación originaria de capital, porque los otros no.
De ahí que hasta los recogedores de basura se llevan los zafacones en las madrugadas, cuando usted va a reclamar en el Ayuntamiento le contestan que nadie sabe del caso.
Es decir, el robo de bienes públicos y privados se aplica a todos los niveles en una sociedad que va en decadencia aunque los principales protagonistas todavía no lo asimilen.
Cuando vengan a despertar quienes manejan las riquezas nacionales y el poder político, podría ser demasiado tarde y ahí es que la puerca retuerce el rabo.