NINO HERNANDEZ
El universo de significados que ha declarado la guerra en la cultura dominicana al sentido del pudor y a las buenas costumbres.
Por Nino Hernández J.
Con la presente reflexión pretendo poner en la agenda de discusión el tema de la vulgaridad y la degradación de la mujer en la llamada música urbana. De camino evidenciar cómo desde esta expresión artística se venden a la niñez y la juventud todo tipo de valores contrarios a la tradición cultural en la familia dominicana. Todo esto, sin que quienes apreciamos los valores culturales del país y apostamos por un fortalecimiento y el desarrollo de los jóvenes como activo de la nación demos y demandemos una respuesta ante esta agresión a la cultura y a la moral pública.
La música urbana es la expresión artística de la que han echado mano jóvenes que han descubierto su talento en la capacidad de improvisar cierto nivel de rimas abordando temas de la cotidianidad presente en su medio social. Para hacerse “urbano” al parecer no necesitan saber de música, saber cantar, entonar, ni afinar; por lo que veo su arte se reduce a tomar un tema, y de éste derivar asuntos como: que tienen una gran cantidad de dinero para gastar, que la mujer de otro se muere por él, que se ha comprado un carro de lujo, que quien se meta con él será detonao, (entiéndase muerto o explotao). El otro tema recurrente es una fortaleza viril tras cuya experiencia, la fémina que haya recibido el favor, sale caminando coja. Todo es una tiradera contra otro que supuestamente envidia su éxito. Todo es una muestra de simbología vandálica que pretende emular las pandillas que vemos en las películas y los videos de los barrios en New York. Con excepciones los temas de la música urbana barajan y requeté refríen la misma vaciedad de contenido.
Hasta aquí, ya presenta una situación lamentable desde el punto de vista cultural. El problema se agudiza cuando se desesperan y entran en una vorágine donde hombres y mujeres compiten por lo soez y lo vulgar, y esto no solo por los movimientos indecentes que exhiben las féminas que bailan en los videos, sino que los mensajes y las historias que cuentan en las canciones dejan pálida a cualquier película pornográfica.
Las redes sociales, especialmente los canales de YouTube están plagados de estos artistas urbanos de ambos sexos que hacen y dicen todo tipo de barbaridades por llamar la atención y promover escándalos. Desafortunadamente el éxito en este género se mide, no por la calidad sino por lo escandaloso, vulgar y antisocial, que al parecer son condiciones que logran que un asunto se haga viral. Así hacen dinero. Algunos exhiben riquezas y poder cuyo origen uno no alcanza a comprender, pero al parecer así es el mundo de este espectáculo que llamamos cultura y arte. Solo, que mirando y escuchando con su mundo aún tierno de inocencia están nuestros niños y niñas, quienes no se merecen crecer bombardeados y agredidos en 360 grado por el negocio oscuro que se puede esconder tras la desfachatez de la música urbana y su universo de antivalores.
Mientras no nos recuperamos de la cifra alarmante de mujeres asesinadas, superviso un video de historia que pretendo compartir con mis alumnos, e irrumpe la promoción de una “canción” donde una voz femenina dice algo como:
_” yo sé que tu ha matao pila de mujeres, … pero tu ere´ el macho que yo quiero… encima…”,
Y tratando de localizar las letras (de las que no dispongo, por ahora), para citar adecuadamente tal enjendro, me encuentro con otras bellezas como:
-Yo he “matao” pila de perras bolas, pa´ llegar a cien millones solo me falta una tingola.
Y crece mi sorpresa cuando encuentro el video de una menor, (es lo que aparenta), que se hace llamar Tokisha freestyles, de cuyo contenido no me atrevo a citar ni una línea, para no ofender a los lectores.
Mientras pasa esto, en las redes sociales aparecen niños y niñas que ya se inician en estos ajetreos. Entran a un mundo donde las alusiones al sexo y la violencia es lo cotidiano; sin que, frente a esta situación y a las anteriores expuestas, aparezca una autoridad que diga esta boca es mía.
Las barbaridades que se pueden escuchar en dicha expresión musical obligaron a un amigo a solicitarle amablemente a unas vecinas que recordaran la presencia de niñas en los alrededores, las que, sin ser invitadas, estaban también escuchando a todo volumen las mayores indecencias en el lenguaje más procaz y obsceno que es capaz de exhibir este tipo de arte, si se le puede llamar así.
Me he dicho: ¡es demasiado ¡. No es posible que nuestras emergentes generaciones de dominicanos, niños, niñas y jóvenes de ambos sexos estén constantemente expuestos a estos contenidos culturales que, sostenidos en la vulgaridad, la violencia y el vandalismo, pretenden y logran con gran eficiencia convertirse en elementos de referencia para el proyecto de vida de los más desamparados de la educación y la cultura.
Detrás de este mundillo del Flow, del te freno ahí, la pánpara prendía, del que se da más mujeres, del Lamborghini y los millones, hay toda una industria que pregona una propuesta cultural cuyos símbolos son las armas, la violencia, el sexo desenfrenado, los carros caros, la infidelidad, las drogas, el tráfico, y el enriquecimiento vertiginoso.
La llamada música urbana tiene una fuerza impactante. Se trata de un ritmo que logra desatar respuestas atávicas en expresiones desenfrenadas de sensualidad, irreverencia, desafío a la autoridad, y desfachatez moral. A los ojos de Freud, un “malestar en la cultura”, en voz de Nietzsche, el efecto embriagador y disruptivo de lo dionisíaco…
Contagioso por ancestral y elemental, parece que en una amplia franja de la población dominicana hay una vena abierta por donde entra hasta los tuétanos el “pum pom tum” de esta “música”. Con el ritmo contagioso, marcha en son de guerra una lírica hablada, carente de contenido y hasta sentido lógico, sin valor literario, pero lesiva por los referentes que despierta en el imaginario que se construye en base al morbo, el desenfreno, la violencia y las ansias de poder.
La parte negativa de lo urbano deniega de nuestro ser histórico como pueblo y nos plantea una propuesta de disolución en un sin sentido de alcohol, sexo, violencia, y enajenación. Quizá, desde allí, y es lo más penoso, los jóvenes nos gritan la orfandad de políticas públicas dirigidas al aprovechamiento y dirección de nuestro principal activo humano, mientras una ministra de la juventud es investigada por corrupción. Díganme si no es para echarse a llorar como Boabdil (al entregar las llaves de Granada), lo que no hemos sido capaces de defender.
El tum tum sirve de fondo sonoro a quien, ante la imposibilidad de cantar, fuerza en rimas atropelladas todo tipo de improperios, amenazas, discursos agresivos, atentados contra el pudor, promoción de la vulgaridad, exhibición de riquezas, promoción del narcotráfico, promoción del vandalismo, rebelión contra la autoridad, exhibición de armas, culto al enriquecimiento mágico en base al atropello y la vulgaridad. (Enfatizo que solo me refiero a los que cumplen con estas características).
Es necesario dejar sentado que el problema fundamental no está en el género. Pudiera convertirse, bien orientado y acompañado de una buena política cultural oficial desde donde promover una vertiente donde los jóvenes utilizaran esa creatividad para fines más nobles. Parafraseando al apreciado merenguero Sergio Vargas, ellos no han tenido otra oportunidad. Le agrego yo, la juventud en los barrios está abandonada a la influencia de la delincuencia y el narcotráfico. Los políticos de toda la calaña, están en lo suyo.
La música urbana es una expresión que ha creado su propia jerga, o se ha alimentado del lenguaje elemental del barrio, que no demanda de ninguna formación previa para su apreciación y comprensión. Así, ofertando una imagen heroica de quien ha podido vencer la pobreza y ahora es millonario, penetra con fuerza en el consumo cotidiano en una amplia población de niños, niñas y jóvenes de ambos sexos cuyas condiciones y oportunidades sociales de acceso a los bienes de la cultura y la educación cada vez es más restringido.
Para la promoción de quienes todavía no alcanzan notoriedad y aún no ganan para exhibir, se alquilan vehículos caros, se exhiben hermosas mujeres y se da muestra de un poder que todavía se sueña conseguir, pero que su pretendida tenencia resulta factor básico para conseguir seguidores.
Esta propuesta prospera a sus anchas en un medio social donde se nos estruja a diario la cantidad de millones que cualquier politicucho, con una buena conexión más arriba, pudo arrebatar al Estado en presencia de una estructura jerárquica corrompida y cómplice. Donde los millones que todos dudamos se puedan recuperar, pueden y pudieron servir para mejorar las oportunidades de los jóvenes a formarse, capacitarse y tener acceso a un trabajo digno. Donde en el imaginario del barrio se definen como los caminos de salvación de la pobreza: el ser político corrupto, ser narcotraficante, ser pelotero, o ser un rapero, más exitoso mientras más vulgar y escandaloso. Me gustaría estar equivocado.
Mientras las autoridades mienten, supuestamente preocupadas por la matanza en ascenso de mujeres en manos de maridos celosos, esta propuesta cultural constantemente fortalece el símbolo “mujer” como objeto de placer; una cosa cuyo único valor es su sensualidad, sus curvas y la posibilidad de prodigar placer al hombre. Las mujeres que forman parte de este entramado, enajenadas, sin respeto ni criterios de identidad, participan de estas expresiones dionisíacas prestando sus cuerpos para poner imagen de mercancía a las atrocidades que contra ellas proclaman ciertos energúmenos.
• No nos resulte extraño entonces que nuestras muchachas aspiren a chapeadoras. Responden a esta cultura de la mujer objeto sexual.
• No nos resulte extraño entonces que en los barrios los jóvenes desafíen la policía. Responden al “vamo´ a quedarno´ aquí, porque somos más que la patrulla”
• No nos sorprendamos de que cada día sigan presentes los asesinatos de mujeres. Según esta cultura ellas son solo una posesión más que se exhibe junto al carro, la pistola y los billetes.
• No nos sorprendamos de que a enajenados muchachos les haya cogido con desafiar a la policía en las redes sociales blandiendo armas diversas. Esta cultura es una apología a la desobediencia civil, no en reclamo de un derecho de la población, sino en reclamo de que se les permita vivir en la impunidad el desorden y el desafecto a la seguridad pública.
• Observen un sitio en YouTube, donde un joven que se hace llamar Capricornio muestra la realidad que encuentra en los barrios. Sin ningún temor, convencidos de que están en la honda, y se la están comiendo, mozalbetes y adultos, no tienen reparos en hablar de sus tropelías y exhibir armas. Junto a estas expresiones, el productor del espacio encuentra y promueve a “talentos” del arte urbano, a los cuales se compromete a promover. En muchas ocasiones en estos personajes es difícil diferenciar entre lo delincuencial y lo artístico. Reitero, todo lo dicho, con sus honrosas excepciones.
La penosa realidad es que, desde el Estado, mientras la vulgaridad y la violencia ganan terreno, nuestros políticos, boca abierta, los de hoy y los de ayer, muestran no tener ni idea de en qué pie están parados en política cultural. ¡Vamos, tristemente a la deriva ¡
Ante este panorama, ¿será nuestra actitud seguir callados, lamentando la indecencia y la atrocidad?
Quisiera escuchar propuestas de acción. Quisiera que las autoridades correspondientes den respuesta responsable. Quisiera que los comunicadores asuman actitudes menos indiferentes. Quisiera que los abogados enfrenten las violaciones que puedan ser tipificadas como delito en estas expresiones indecorosas. No podemos permitir que continúe este descalabro cultural y se nos imponga esta violencia simbólica y esta degradación en el arte.