La violencia en Haití no respeta ya ninguna institución, ninguna instancia política, social o religiosa. Incluso aquellas organizaciones y personas que atienden a los más pobres de los pobres, han sido vejadas de manera sistemática este año.
Toca el turno a la misión del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM)/ Solidaridad Fwontalye-Haití en una de sus casas de acogida situada en Ouanaminthe, en el norte de Haití. La casa fue destruida, literalmente, después de ser saqueada por un grupo de maleantes que operan con total impunidad en el territorio del país más pobre de América.
Cuando la tarea del SJM es apoyar, servir y defender los derechos y la dignidad de los migrantes, desplazados y retornados, víctimas de agresiones, abusos y violencia (física, sexual, moral, etc. ) así como a sus familiares, en algún punto del territorio haitiano donde se encuentran, los violentos se ocupan de que este servicio no se ejerza más.
La casa de Ouanaminthe es una de las cinco de acogida de migrantes que tiene el SJM en Haití. Las otras cuatro están situadas en Tabarre, Ganthier, Anse-a-Pitre, y Belladere. En ellas, según la página web de la misión jesuita en Haití, se atiende a personas apátridas, a familia, mujeres, niñas y niños adolescentes, deportadas y trabajadores migrantes.
En un comunicado a propósito del saqueo sufrido el viernes 16 de septiembre, el padre Pierre Edward Luc SJ, director nacional del SJM, expresó «con gran tristeza» que «individuos malintencionados» rompieron la portería de la oficina del Servicio en Ouanaminthe, «y se llevaron todo».
«Llamamos a la policía, pero se vio desbordada, ya que se saqueó el ayuntamiento y la oficina de la ONA en Ouanaminthe. Las carreteras estaban bloqueadas y cortadas, la gente tiraba piedras a los coches que intentaban cruzar las barricadas», dijo el padre Luc, en una apretada metáfora de lo que está ocurriendo en Haití.
Además de lo que ha sucedido en Ouanaminthe, en varias ciudades, especialmente en Gonaïves, Puerto Príncipe, Saint-Marc, Petit-Goâve y Les Cayes, algunos individuos ya sin control alguno –la policía está rebasada y el Gobierno no tiene presencia en el territorio haitiano– han entrado y saqueado tiendas, casas, escuelas, parroquias y presbiterios.
«Vivimos en una situación en la que no se respetan los derechos y la dignidad de los más vulnerables. A pesar de ello, el SJM Haití seguirá defendiendo los derechos de estas personas con el mismo celo. Tengan cuidado y mantengan la calma, el país debe superar esta crisis», terminó diciendo el director nacional del SJM.
La Red Eclesial Latinoamericana y Caribeña de Migración, Desplazamiento, Refugio y Trata de Personas (CLAMOR) expresó su «solidaridad y plena comunión en este momento de incertidumbre y mucho dolor» a los integrantes del SJM en Haití. Confirmó que se trata de un hecho que cabe «en el contexto del caos general, que no cesa en este sufrido país».
Al señalar que el SJM en Haití presta un gran servicio a personas en movilidad forzada, víctimas del empobrecimiento creciente, la violencia y las catástrofes relacionadas con la crisis climática, huracanes y temblores, la Red dijo que estos hechos «son fruto de la desesperación y de la falta de políticas públicas» para sacar al país de la pobreza extrema en la que vive la mayoría de los haitianos.
Por su parte, según consigna la agencia Fides, los obispos haitianos lanzaron en fechas recientes un grito de alarma: «La situación de pobreza e inseguridad que impera en todas partes demuestra claramente que nuestras autoridades estatales no tienen la capacidad de devolver al país a la normalidad, como debería hacerse».
Mediante un comunicado, los obispos haitianos denunciaron que algunos conductores radiofónicos han insinuado dolosamente que la Iglesia católica podría estar involucrada en el comercio de armas, por lo que estarían incitando a la violencia contra templos y parroquias, sacerdotes, religiosos y religiosas y empleados de instituciones católica (como lo son los que trabajan en el SJM).
Los obispos fueron muy claros al señalar que la Iglesia católica «no está involucrada en el comercio de armas», y les piden a estos conductores radiofónicos que «dejen de sembrar la confusión entre la población’. La difamación y la calumnia son pecados graves”.
La misión de la Iglesia católica en Haití «es servir a todas las personas en los cuatro rincones del país, en las ciudades y en las zonas remotas. Estamos comprometidos no sólo en la labor de anuncio de la Buena Nueva y de evangelización de las personas, sino también en los ámbitos de la educación, la salud, la promoción de la dignidad y los derechos humanos, el desarrollo social y todo tipo de obras de caridad, para ayudar al pueblo haitiano a no dejarse robar la esperanza, en medio de una situación de desesperación y desorden».
En el contexto del derrumbe económico, moral y social que vive Haití, la Iglesia católica no ha estado exenta de violencia y los agentes de pastoral que aún continúan en sus puestos, viven con el alma en vilo. Además de los robos, los secuestros y los saqueos, los criminales se han cobrado la vida de varios misioneros.
La última víctima mortal fue lahermana Luisa Dell’Orto, hermanita del Evangelio de Charles de Foucauld, asesinada el 25 de junio en Puerto Príncipe. La hermana Luisa vivía allí desde hacía veinte años, dedicada sobre todo al servicio de los niños de la calle.