Hechos separados, mismo día, mismo patrón, mismo dolor.
Los fallecimientos de Andy Marte y Yordano Ventura en diferentes accidentes de autos, la madrugada del domingo 22 de enero, amplió la tenebrosa lista de peloteros dominicanos que han perdido sus vidas en circunstancias parecidas en los últimos tiempos.
Apenas cambian los nombres de los muertos, las marcas de los vehículos y los lugares, pero después, todo es idéntico, incluyendo el pesar que dichos acontecimientos causan a la gran familia del béisbol.
Marte, de 33 años, estrelló su carro todo terreno marca Mercedes Benz contra una casa cuando se dirigía a su hogar en San Francisco de Macorís, en el norte, la madrugada del domingo. Ventura, de 25, falleció cuando su todo terreno Jeep Wrangler se deslizó fuera de la carretera Juan Adrián que comunica San José de Ocoa, sur, con Monseñor Nouél, norte, en el centro de la isla.
Dos hombres valiosos, cuyas carreras se encontraban en diferentes puntos, que se marchan a destiempo, dejando padres sin hijos, esposas viudas, varios hijos huérfanos y desconcertados a muchos, ya sea que los conocieran o no.
Dos nombres más en un tétrico listado que incluye a Ramón Lora (1965-1985), William Suero (1966-1995), José Oliva (1971-1997), Rufino Linares (1951-1998), Andújar Cedeño (1969-2000), Andy Araujo (1966-2000), José Uribe González (1959-2006), Oscar Taveras (1992-2014), Marte (1983-2017) y Ventura (1991-2017), entre otros.
Varios son los factores que intervienen en ese tipo de acontecimientos: Carreteras mal iluminadas o desprovistas de señalización apropiada, falta de educación y prudencia de los conductores, incapacidad de las autoridades en hacer cumplir las leyes de tránsito o algunas o todas las anteriores combinadas, ocasionalmente, con la ingesta de alcohol y otras sustancias.
Sin embargo, aunque no en todos los casos, el elemento más común en la muerte de peloteros dominicanos en accidentes automovilísticos es la asombrosa certeza que tienen muchos atletas de que poseen poderes extraordinarios que los hacen inmunes a las desgracias que afectan al resto de los simples mortales.
Para una asombrosa cantidad de peloteros que militan en las Grandes Ligas y que ganan mucho dinero –o están cerca de ganarlo– el nivel social que le ha procurado el éxito deportivo no solamente los reviste de poderes sobrehumanos, sino que además los exonera automáticamente de recibir consejos, incluso de sus mismos familiares, y de ser prudentes.
Con raras excepciones, un atleta joven y rico deja de ser el hijo de sus padres, el sobrino de sus tíos y el amigo joven de sus relacionados más adultos, para pasar a ser el padre de sus padres, el tío de sus tíos y el mentor de los adultos que le rodean. Al menos esa es la terrible realidad con la que deben lidiar los familiares de peloteros jóvenes, ricos y famosos, en República Dominicana y otros países.
Bajo esas circunstancias, es poco probable que un padre, un familiar o un amigo pueda evitar o reducir las probabilidades de una desgracia a la víctima. Más que mejorar las carreteras o endurecer las leyes, los peloteros dominicanos necesitan más educación, hogareña y escolar, para manejar la enorme presión que significa el convertirse en los principales proveedores en sus familias a tan temprana edad.
Hasta que no enfrentemos el problema desde la raíz, seguiremos agregando nombres a una lista que, dolorosamente, ya se hace larga. ESPN