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  • Editorial
  • Por: Dany Alcántara
  • miércoles 26 septiembre, 2018

El César que conocí

Hace meses se despidió sin previo aviso del escenario que le era tan natural como la vida misma. Hace algunas horas que partió del mundo terrenal.

Siempre fue o quiso ser el primero. Amaba la grandilocuencia. Quería ser el centro. Quería ser el mejor y, apostaba por ello.

Le correspondió formar parte de equipos que abrían nuevos surcos en el mundo de la comunicación social. Participó de la fundación de importantes proyectos periodísticos. Sirvió al gobierno dominicano representando al Estado en Chile, España y Panamá. Su última función fue la de vice canciller de la República.

Fue un periodista frontal, controversial, transparente. Expuso durante años su criterio sobre las cosas más versátiles de su país y del mundo, sobre todo en temas del béisbol y de la política. No callaba sus ideas, sin importar cuantos las podían compartir. No escondía su parecer. En su manera excesivamente apasionada de defender a un amigo o una idea, llegaba hasta a olvidar que estaba conduciendo un programa de televisión frente a todo el país y se enfrascaba en una discusión tú a tú.

Su estilo único de conducir entrevistas y de opinar en la radio y la televisión le convirtió en un personaje difícil de ignorar. El uso meticuloso del lenguaje y la manera llana y directa en que escribía, le hicieron uno de los articulistas más seguidos de los diarios para los que laboró.

La manera peculiar de su vestimenta, los colores que utilizaba en sus prendas de vestir, para entonces no muy comunes entre los que hacían opinión en la televisión, también le hacían único.

Aunque de épocas distintas, me tocó competir con él buscando atraernos el blanco de público que en horas matutinas quería información y opinión. Él en una televisora y yo en otra.

Un buen día, casi terminando el año 2009, él medio retirado de los comentarios en la televisión y yo recién salido del medio para el que laboré durante más de 20 años, me sorprendió con una propuesta para que me integrara al programa que su oficina de producción montaba cada día, me refiero a Hoy Mismo.

En la ocasión yo iba de paso a Portugal y coincidimos en el lobby de un Hotel en la ciudad de Madrid, España. Mi respuesta fue el rechazo de inmediato. Y su reacción fue persuadirme del error que según él cometía al no dejarle explicarme cuál era la naturaleza de su planteamiento. Me pidió que le esperara unos días que ambos regresáramos a Santo Domingo y que luego de esa conversación le respondiera en cualquier dirección: aceptas o no aceptas.

Llegó el día que ambos convenimos en juntarnos, luego de haber arribado a Santo Domingo. El reiteró su interés, hizo las ofertas de lugar y yo había cambiado de opinión. Luego de haber acordado los términos en los que participaría en el espacio televisivo, no olvido una expresión con la que parecía que hacíamos el pacto fundamental para cerrar el trato laboral. Me dijo más o menos…”Tú siempre podrás decir lo que quieras, pero no me impidas a mí expresar lo que pienso”.

El jueves 20 del presente mes, unos minutos pasados de las once de la mañana, me llegó una información que esperaba, aunque no tan temprano. Sabía que se debatía entre la vida y la muerte y que el cáncer que se le había diagnosticado ya le iba ganando el pleito cuando logró impedirle lo que más le apasionaba: comunicar sus ideas.

Al recibir la noticia me quedé inmóvil por unos minutos y a partir de entonces tuve que aceptar como cierta la realidad de que ya Cesar Medina había partido de entre nosotros.

 

 

 

 

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